En un domingo de mayo con el número 20 en los
calendarios, Tijuana apareció en los medios de comunicación mexicanos como la
alfombra de un evento de aplausos, cámaras y gafetes. El segundo debate
presidencial inició a las siete de la noche, y para transmitirlo y hacer
preguntas y dar respuestas, el Instituto Nacional Electoral y el Estado Mayor
Presidencial abrieron micrófonos, alzaron campamentos y cercaron la Universidad
Autónoma de Baja California.
Desde la mañana, las calles se llenaron de mujeres y
hombres que ondeaban banderas y lucían camisetas con los apellidos de los
cuatro finalistas. Era el momento de señalar al otro, entregar volantes,
distribuir tortas e iniciar la batalla sonidera en los semáforos con cumbias
hechas himnos de urnas.
Pero entre los vociferantes de quienes son sonrisa y abrazo
electoral, aparecieron los carteles con la imagen del miembro de Mexicali
Resiste liberado tres días después del debate: “Libertad a León Fierro”, “Preso
político”, “#somosleon”. Aparecieron pancartas dirigidas a Francisco Vega, el gobernador
de Baja California: “El agua es vida y se defiende”. Jóvenes, señoras, señores
y treinteañeros marcharon en medio de banderas, cumbias, reggaetones, volantes
y tortas. Prendieron megáfonos y frente las rejas y los custodios de cachiporras
hablaron de los desaparecidos, de la fibromialgia y su nula cobertura en el
seguro social, del derecho al agua, de las desaladoras, de Constellation Brands,
de los recortes presupuestales a la educación.
Hablaron para hacer llegar sus mensajes al coliseo de
la UABC, que al fondo parecía un castillo de vampiros rumanos en la cima de una
montaña. Allí estaban los de corbata y atril, tuteo a quien no ven al acercarse
a las cámaras y sonrisa de ladrón al encontrar a un ebrio dando tumbos por la
calle. Aunque nada de desaparecidos, fibromialgia, agua, desaladoras,
cerveceras o presupuestos. El debate fue observado en México como un programa
de concursos del cual saldrá un ganador este primero de julio, porque así es la
democracia.