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miércoles, 27 de junio de 2018

Tijuana y el debate presidencial


En un domingo de mayo con el número 20 en los calendarios, Tijuana apareció en los medios de comunicación mexicanos como la alfombra de un evento de aplausos, cámaras y gafetes. El segundo debate presidencial inició a las siete de la noche, y para transmitirlo y hacer preguntas y dar respuestas, el Instituto Nacional Electoral y el Estado Mayor Presidencial abrieron micrófonos, alzaron campamentos y cercaron la Universidad Autónoma de Baja California.
Desde la mañana, las calles se llenaron de mujeres y hombres que ondeaban banderas y lucían camisetas con los apellidos de los cuatro finalistas. Era el momento de señalar al otro, entregar volantes, distribuir tortas e iniciar la batalla sonidera en los semáforos con cumbias hechas himnos de urnas.
Pero entre los vociferantes de quienes son sonrisa y abrazo electoral, aparecieron los carteles con la imagen del miembro de Mexicali Resiste liberado tres días después del debate: “Libertad a León Fierro”, “Preso político”, “#somosleon”. Aparecieron pancartas dirigidas a Francisco Vega, el gobernador de Baja California: “El agua es vida y se defiende”. Jóvenes, señoras, señores y treinteañeros marcharon en medio de banderas, cumbias, reggaetones, volantes y tortas. Prendieron megáfonos y frente las rejas y los custodios de cachiporras hablaron de los desaparecidos, de la fibromialgia y su nula cobertura en el seguro social, del derecho al agua, de las desaladoras, de Constellation Brands, de los recortes presupuestales a la educación.
Hablaron para hacer llegar sus mensajes al coliseo de la UABC, que al fondo parecía un castillo de vampiros rumanos en la cima de una montaña. Allí estaban los de corbata y atril, tuteo a quien no ven al acercarse a las cámaras y sonrisa de ladrón al encontrar a un ebrio dando tumbos por la calle. Aunque nada de desaparecidos, fibromialgia, agua, desaladoras, cerveceras o presupuestos. El debate fue observado en México como un programa de concursos del cual saldrá un ganador este primero de julio, porque así es la democracia.

sábado, 9 de junio de 2018

Emilio


El 5 de junio de 2017 nació Emilio Puello Vargas. Nació en Montería, una ciudad colombiana donde las iguanas orientan sus pesquisas camufladas en el prado, y el río Sinú se hace arruyo nocturno antes de desembocar en el mar Caribe.
En su casa, Emilio se preguntará por qué el tambor es de cuero y el acordeón parece sonreír, escuchará la cocción del arroz con coco a la hora del almuerzo y se hará simpatizante del ají en la arepa de huevo. Intentará definir con gestos y onomatopeyas el sabor de una yuca o un patacón bañados con suero costeño. Y cuando busque el campo, observará a los árboles surgir de la tierra para poblar la sabana como si fueran fanáticos de las mirandas hacia el horizonte
Pero ese es un futuro sin sarpullidos que imagino en Emilio, una vuelta de hoja sin bordes doblados o café regado sobre la letra de molde. Nada suyo puede ser un hombre tocando en una puerta al mediodía porque en los clasificados de un periódico apareció una dirección y no había de otra, paila. Emilio contradice esos momentos de corbata y tests psicológicos en oficinas de recursos humanos carentes de ventiladores. Yo lo imagino con un mapa en la mano mientras recorre la geografía bajacaliforniana, quizá a los 18 años, cuando venga a visitarme.