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martes, 25 de septiembre de 2018

Luchas en Tijuana




Es el primer sábado de septiembre. Los integrantes de Pueblos sin fronteras llegan al estacionamiento de la Estancia Municipal de Infractores. Llevan pancartas y mantas. No son más de sesenta. Han caminado las calles de Tijuana desde el mediodía. Son las tres de la tarde. Gritan “no están solos” frente a los policías. Repiten “no están solos” en un intento por dar un abrazo a quienes cargan la etiqueta de deportado o migrante y están en una celda.
Son de El Salvador, Guatemala, México, Estados Unidos y Honduras. Su mensaje hace parte de la campaña ‘Marcha por la dignidad’. Quieren frenar el abuso de poder de la fuerza pública: las extorsiones en los alrededores del canal del Río Tijuana, los levantamientos cerca a los trabajos o colonias si la voz y la piel son una cosa ajena, un no-lugar en los mapas, un cuerpo carente de espacio en la ciudad.
“Basta ya, basta ya a la poli de robar”, exigen. Registran con sus teléfonos los testimonios de hombres y mujeres que doblaron en la esquina equivocada y resultaron detenidos. “Acá se está desmayando uno y no hacen nada”, grita un hombre al abrir las puertas traseras de una furgoneta policiaca. En su interior hay cuatro personas tras una reja. “Hablen. No se queden callados. Aquí están las cámaras”, les dicen, pero parece que junto a las billeteras y el dinero también les decomisaron las palabras.
Cuando los marchantes rodean la furgoneta, los policías se acercan y usan sus teléfonos: graban rostros, manos, conversaciones. Irineo Mujica, vocero de Pueblos sin fronteras, informa que el director de la Estancia dio la orden de liberación. Entonces esperan, ven caminar hacia ellos a quien quita el candado de la reja, esperan, y sueltan abrazos al recibir entre los suyos a las personas detenidas ese primer sábado de septiembre. “Sí se pudo”, grita Irineo, “Sí se pudo”, es la respuesta de sus compañeros, el cántico de retirada mientras recorren de nuevo las calles de Tijuana.