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jueves, 29 de noviembre de 2018

Caminar como migrante


Roberto espera la llegada de la otra manifestación. Lleva un megáfono para amplificar una canción que sale de su celular y no se escucha bien. Los policías municipales de Tijuana hablan por sus radios. Dicen que “un joven de los a favor” está en medio de la vía. Algo les preocupa, algo le comentan a Roberto, quien observa que poco a poco, desde la glorieta del Monumento a Cuauhtémoc, las personas reunidas se acercan por la Avenida Paseo de los Héroes. Vienen con banderas, sombreros de charro, mensajes escritos en mantas y cartulinas: “Puro Tijuana Cabrones”, “Inmigrantes sí, ilegales no”, “Respeto tus derechos humanos.  Respeta la soberanía de mi país”.
Roberto también lleva un mensaje.
“De dónde eres”, le pregunta un reportero, “De Nayarit. Vivo en Tijuana”, “¿Qué dice tu cartel?”, “No a la xenofobia, no a la aporofobia, sí a la fraternidad, sí a la solidaridad”.
Es domingo 18 de noviembre. Una cuadra que dura dos minutos recorrerla a pie separa a los más de 300 manifestantes a favor del control y deportación, y aquellos veinte con letreros de bienvenida. Los dos grupos se convocaron por Facebook. Surgieron luego de la reunión de algunos residentes de Playas de Tijuana en el faro, cuatro días antes, para defender la “patria”. Al lugar había llegado alrededor de 800 integrantes de la caravana migrante centroamericana, y fueron señalados como “invasores” por quienes cantaban el himno nacional mexicano. Les exigieron volver a sus países.
Pero la caravana, dice Roberto, son hondureños, salvadoreños y guatemaltecos que buscan trabajo, bienestar para sus familias, dejar la violencia de sus ciudades. Son casi 6 mil caminantes que entraron a México en octubre y permanencen en Tijuana. La mayoría duerme y come y espera en un centro deportivo de la zona norte adecuado como albergue, a una cuadra del muro fronterizo que anhelan ver desde “el otro lado”.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Visitas del 2 de noviembre en la casa de la curandera



- Desde los siete años hago curaciones. -dice Virginia Peralta mientras soba la espalda de un hombre que de algo se queja. Sobre una mesa hay un recipiente con un líquido azul en el cual ella sumerge sus manos. También hay velas y un jarrón con la flor de cempoalxochitl.
Es un domingo 31 de octubre de 2010. Estamos en Huatusco, un municipio cafetero perteneciente a la región de Altas Montañas de Veracruz. En el cuarto de la casa donde hace la curación, Virginia construyó la ofrenda del día de muertos. A nuestro alrededor hay 20 imágenes de santos, y la mujer de 64 años los nombra como si estuviera coleccionando láminas de un álbum. Nombra al Señor del Rayo, al Niño ciego y al Niño de los pescados.
- Mis padres decían que anteriormente siempre vienen los difuntos, –dice antes de pasar una rama de chamizo por la nuca de su cliente -y por eso armamos una ofrenda grande, porque hasta yo los vi una vez visitarnos en el día de todos los santos.
Para llegar a la ofrenda el 2 de noviembre, los “difuntos” de Virginia y su esposo Juan Aguilar, de setenta años y exteniente judicial federal, deberán recorrer el camino hecho con pétalos de cempoalxochitl. Inicia en la entrada de la casa, cruza la sala, el pasillo que conduce a la cocina y las habitaciones, cruza el patio y termina en la puerta cerrada del último cuarto. Serán estas visitas quienes la abran y se queden a comer, beber y fumar.
- Es una tradición de más de cuatro generaciones –afirma la curandera luego de despedir al hombre que agradece “la chamba” y mientras prende el incienso.

En la ofrenda hay pan de muerto, tortillas, tamales de mole y piña, arroz, fríjol, chocolate, juguetes, naranjas, mezcal. Hay fotografías familiares, como la de Filiberto, el hijo de Virginia y Juan, asesinado en 1997. Junto a la imagen le han dejado un paquete de cigarrillos Marlboro y una cerveza Modelo Especial.