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martes, 29 de octubre de 2019

Diario en Panorámica: Calle del embudo (2016)




En la Calle del embudo del barrio La candelaria de Bogotá, una bandada de aves cruza el cielo. Es el vuelo de tucanes, papagayos y flamencos dibujado en la pared de una casa, una migración cuyo destino puede ser la plazuela del Chorro de Quevedo.
¿Por qué el Chorro de Quevedo? En las escalinatas de la explanada se toma chicha bajo el árbol que supera la altura de las casas y es un gran tejado verde. En la tienda casi esquinera una señora solo recibe vecinos o vecinas, así vivan a 5 metros o 3000 kilómetros. “Veci, una Póker”, “Veci, dos mil de salchichón”, “Veci, ¿usted no es de por acá?”
Como es Chorro, los veci comen el salchichón y beben la Póker recostados en la pila de agua de la plazuela. Algún cronista insistirá en el siglo XVI y la fundación de Bogotá. La arquitectura de los cafés y restaurantes alrededor sería la evidencia para detener el pasado. Pero la capilla fotografiada por los turistas tras haber encontrado un mito fundacional en América del sur, fue construida en 1969.
No faltan los teatreros y cuenteros, nadie niega el porro que pasa de mano en mano, alguien compra cigarros en uno de tantos carritos de dulces. Sobre el marco de ventanales y umbrales que son la entrada al Chorro de Quevedo, la figura del malabarista intenta terminar su recorrido en un monociclo. En los costados quedan las calles, la opción de volver a la ciudad de agentes de tránsito y policías bachilleres. En una, llamada Calle del embudo, las aves surcan la pared. Si las observa en su camino de no saber a dónde ir, sabrá que está cerca.

lunes, 8 de julio de 2019

Peregrinación guadalupana




La capilla se construyó en la cima del cerro. La fachada es amarilla y hay cultivos de café y campos de pastoreo a su alrededor. Sus puertas se abren cada 12 de diciembre, en el día de la guadalupana.
El cerro está junto a la carretera que conecta a Huatusco con otros municipios de la región montañosa de Veracruz. Un sendero lo atraviesa y es recorrido por personas en cuyas casas puede haber una representación de la “protectora de México”, ya sea un cuadro colgado en la sala principal, ya sea una figura sobre la mesa de noche.
En 2010, los creyentes de la Virgen de Guadalupe celebraron 479 años de su aparición, y con la peregrinación principia la jornada. El objetivo: llegar al templo donde pueden agradecerle mientras observan una imagen suya en un lienzo, como fondo de un altar. Quienes no viajan en caravana al cerro de Tepeyac en la Basílica de Guadalupe de Ciudad de México, donde se registra la primera aparición mariana, buscan otras alternativas de festejo. Para los huatusqueños implica caminar por lo menos hora y media hasta llegar a la capilla de fachada amarilla.
Desde el día anterior iniciaron las peregrinaciones en el municipio, y varias personas durmieron en la cima del cerro. Fueron los primeros en recibir las bendiciones por parte del sacerdote que ofrece misas en una explanada. El hombre de sotana lanza agua sobre quienes fruncen el ceño a causa de la luz del sol y levantan pequeñas, medianas y grandísimas figuras de la virgen que es morena.
Hay creyentes descalzos, otros cumplen la travesía arrodillados. Algunos niños y niñas visten sombreros y ropa blanca y realizan el recorrido en los hombros de sus padres. Las familias descansan en los campos de pastoreo. Pasan la cerca, buscan un árbol, sacan de sus morrales recipientes llenos de arroz, guisados, tortillas.
Pero en una calle de Huatusco, al mediodía del 12 de diciembre, un hombre que no subió el cerro es apuñalado dos veces, luego le disparan, una bala atraviesa su pecho.

martes, 16 de abril de 2019

Aprendiz totonaca


Los mercados de Papantla huelen a vainilla, y entre sus corredores hay niños que dicen “Quiero ser volador”. Yo escuché la frase cuando me encontré a uno de esos aprendices papantecos y conversamos en marzo de 2011. Estoy seguro, no hablaba de aviones o cursos de parapente.
Viajé a este pueblo del norte veracruzano para conocer la Cumbre Tajín, el festival anual y mediático de todo aquello denominado totonaca. Quería acampar cerca del parque Takilhsukut y la zona arqueológica totonaca, saber sobre personas totonacas, detallar pirámides totonacas, probar comida totonaca, bailar totonaca y vestir totonaca.
En la plaza principal de Papantla observé un mural esculpido sobre una pared de 84 metros de largo por cuatro metros de ancho. Su autor es el escultor Teodoro Cano, y su principal figura, Quetzalcoatl. Desde 1979, la serpiente emplumada cruza de esquina a esquina ese camino de piedra donde hay una pirámide, un dios del trueno, otro de la agricultura, una carita sonriente, un sacrificio del juego de pelota, danzantes y voladores.
Los totonacos habitaron la llamada Mesoamérica, según los cortes históricos del mundo occidental. Su principal asentamiento urbano fue Tajín, un lugar que ahora está a 20 minutos en auto desde Papantla y es anhelos de arqueólogo y época vacacional. Allí los aprendices papantecos aparecen en los videos y selfies de hombres y mujeres que quieren tocarlos y los aplauden. Les hablan, incluso, con signos de admiración desde que en 2009 la ceremonia ritual de los voladores de Papantla es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad tras veredicto de la Unesco. Eso dice la placa grabada en el mural del cual Quetzalcoatl quiere salir, en Papantla, y los voladores son llamados para que realicen más vuelos, se tomen muchas más fotografías y reciban más aplausos y estrechones de manos que duran un día, un discurso, una nota periodística.

lunes, 25 de febrero de 2019

Diario en panorámica: Metro. Línea Azul (2015)


La pareja entra en el vagón. Observa las sillas de metal a los costados mientras las puertas se cierran y el tren parte de la estación San Antonio Abad. El hombre viste un buzo cuello tortuga. Luce un bigote y un corte de cabello al estilo Charles Bronson. La mujer carga una de esas bolsas que parecen nunca tener límites físicos. Es domingo. Es una mañana de 2015. La pareja puede pensar en una función de lucha libre en la Arena México o en tacos de queso oaxaca y aguacate en algún puesto de algún mercado.
Quizá el destino sea el Zócalo: una caminata con elote en mano por la calle Moneda hasta llegar a la Plaza Loreto. Tal vez haya una invitación al Café Rex del Centro Histórico para comer pollo rostizado. Pero por el momento la pareja viaja en el metro de la Ciudad de México y conversa, sin mirar la hora en el celular, sin preocuparse por la falta de aire y la cercanía corporal de los usuarios. Aún está lejos el lunes, esa lógica semanal del traslado en transporte público.