Imagine la calle Francisco I.
Madero. Piense en
media
hora de caminata recta
sobre el nombre de un
revolucionario mexicano. Suponga un atardecer sabatino lleno de
protestas, restaurantes, cantinas, discotecas, museos, joyerías, músicos y estatuas humanas.
Puede estar tranquilo,
no
hay que analizar tanta simbología de semáforo y la falta de espacio en andenes
es un ayer con tachones de lápiz.
Viaja desde el Zócalo y
quiere alcanzar
el
faro que indica el final
de la calle Madero. La
Torre Latinoamericana se
levanta
con afán sobre Ciudad de México.
Al observarla recobra sus tiempos de rascacielo inalcanzable en la década de
los cincuenta . Caminar es la sentencia, el amuleto de suerte para
encontrar abierto el corredor-arteria. Usted se deleita, siente el sabor de una fruta o el inicio
de un bolero cuando el
divagar lo lleva a las fugas del turismo trivial, los escenarios de antesala: tapete semejante a una lengua
saliendo de la boca-babel hiperurbana,
extendida
en una bienvenida pop.
Jack Sparrow debate con Batman y Ironman, los
Na´vi ostentan su esplendor azul y
acento chilango, el
luchador aceitado es invadido
por extranjeras y oriundas urgidas de fotos y testificación de su abdomen, el Gato en el Sombrero rasta ni con gotas disimula su irritación ocular, el Capitán América
saborea
unos tacos de canasta, las calaveras predicen el mal augurio, el guerrero azteca parece una escultura dorada,
el Master Chief de los Spartan
lidera a los
depredadores y aliens, el
judío reclama
memoria por el Holocausto, la Catrina modela su elegancia lúgubre.
Escucha la voz de un
tenor animando la calle desde el balcón de una tienda musical, cerca del Museo con apellido Monsiváis. Los
sonidos de una banda de Jazz sorprenden desde un callejón saliente, pegado a un
edificio colonial que debió
ser el hogar de un conquistador español y ahora es un restaurante de
cualquier empresario mexicano. Alguien
improvisa la coreografía de Thriller, y un acordeón-mariachi acompaña el
pregón lejano de evangélicos maratónicos en su oda a dios o el discurso de
ateos empotrados en su odio contra El Vaticano.
Escucha, con acierto de
banda sonora en su recorrido, la melodía del organillo, la caja musical decimonónica
a la cual un
hombre le da cuerda mientras resulta ‘La llorona’ o ‘el Jarabe Tapatío’. Quiere entonces tocar los muros firmes de
edificaciones viejas con sus baldosas de azulejo en la fachada. Ve revolotear a las personas
en la calle, perdidas entre
prodigios, buscan restaurantes o bares o alguna iglesia antigua para
fotografiar. Un guía turístico relata historias a un grupo de jóvenes y señores
altos y blancos, los centros joyeros prometen diamantes para compromisos de
matrimonio, las ventanas de las edificaciones son objetos y pensamientos ocultos
y en un antejardín hay una exposición de esculturas amorfas, de Día de muertos
o de honra a Fuentes, Monsiváis y Chavela Vargas, con imágenes justas en escala de
gris y frases
memorables.
Ya está al lado de la
Torre Latinoamericana. Recuerda
la sugerencia de alguien sobre el mirador en su piso 45. Usted sube, se atreve a contemplar la panorámica. Observa el Palacio
de Bellas Artes y el caos
del
Eje Central Lázaro Cárdenas,
esa
avenida de gran urbe donde se amotinan personas en semáforos, taxis vinotinto y
buses ecológicos. Luego admira
el deambular de la
Calle Madero. La
caminata
fue larga,
y el hambre son
las enchiladas de un restaurante cercano. Piensa en tomar una cerveza al atravesar un
callejón que lo lleva
al Café Tacuba, tal vez
la suerte de nombres revolucionarios
lo encause hacia
la
cantina donde Francisco Villa podría haber brindado por su Ejército del Norte. Eso lo imagina desde la Torre, cuando la noche decanta sobre las personas en busca de las mezcalerías aledañas mientras entonan alguna
canción.
me gustan tus letras se enlazan tan bien con tus pensamientos........
ResponderEliminarGracias, espero que en realidad sí estén bien enlazadas porque si no es así, tengo un problema mental.
EliminarSaludos
Muy lindo todo lo que compartes, Un placer haber estado por aqui, Gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias por venir. Me estaré dando una vuelta por tu sitio. Gracias.
EliminarQué gran recorrido al Centro Histórico, uno de los lugares con más enorme carga de energía en el planeta, casi me como unas enchiladas de mole del Café Tacuba.
ResponderEliminarCiertamente que te puedes perder ahí por días y nunca terminar de ver un reflejo de todo lo que existe y una colección de personajes infinita.
Deberían darte el puesto de cronista de la ciudad.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarUy Carlos, eso de ser el Cronista de la Ciudad son palabras mayores. Ya lo es Monsiváis. Yo apenas soy mitad mexicano, eso me dicen, aunque ya creo que tengo algo más. Me gusta contar el D.F. porque simplemente es genial y rico en lugares. Así que digamos que sólo seré un cronista más admirado por esta urbe.
EliminarYa sabes el destello azulado que provocó tu relato-crónica-viaje-sortilegio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Luis, eso es un honor pues viene de usted. NO creo que le tenga qué decir otra cosa.
EliminarUN abrazo maestro.
Insisto pues Monsivais ya se fué al más allá.¿Quién es completamente mexicano? No te midas corto.
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