La pareja entra
en el vagón. Observa las sillas de metal a los costados mientras las puertas se cierran y el tren parte de la
estación San Antonio Abad.
El
hombre viste un buzo
cuello tortuga. Luce un bigote y un corte de cabello al estilo Charles Bronson. La mujer carga una de esas bolsas que parecen
nunca tener límites físicos. Es
domingo. Es una mañana de 2015. La pareja puede pensar en una función de lucha libre en
la Arena México o en tacos de queso oaxaca y aguacate en algún puesto de
algún mercado.
Quizá el destino sea
el Zócalo: una caminata con elote en mano por la calle Moneda hasta llegar a la
Plaza Loreto. Tal vez haya una invitación al Café Rex del Centro Histórico para
comer pollo rostizado. Pero por el momento la pareja viaja en el metro de la
Ciudad de México y conversa, sin mirar la hora en el celular, sin preocuparse
por la falta de aire y la cercanía corporal de los usuarios. Aún está lejos el
lunes, esa lógica semanal del traslado en transporte público.