La noticia llegó por teléfono celular. La recibió como
se recibe un aviso sobre cambio de horario en el trabajo o información acerca
del contenido de un examen. Solo era un informe familiar comunicado algo tarde.
Había dejado su libro de estudio para atender la
llamada e intercambiar cuatro o cinco frases antes de tocar el tema central.
Cuando debía decir “Gracias” lo decía, y tal vez “Salud” al oír un estornudo.
Sintió cierta emoción al escuchar la voz de su madre, pero ya era un estímulo
lejano, ausente de sus portarretratos; y a la mujer sobre la cual conversaban,
esa de una comida en alguna noche de diciembre, pudo nombrarla al identificar
su clasificación dentro del árbol genealógico.
Agradeció el aviso al terminar la llamada. Colgó.
Volvió a su libro de estudio y recordó una fotografía de la abuela perdida en
algún lugar de su cuarto. Pensó que unas flores serían lo mejor para terminar
el protocolo familiar. Las compraría después del examen y de cobrar en su
trabajo.