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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Manifiesto espejográfico

Hay una literatura dedicada a los espejos. Es posible hallarla entre historias de ficción y otras también reales. Hemos impulsado una profesión necesaria ante la búsqueda de aquellas evidencias imprescindibles de los dobles, los fantasmas, los narcisos y los vórtices. El espejólogo renueva las indagaciones archivísticas y las precauciones supersticiosas cuando se habla de siete años de mala suerte. Es un voraz investigador de las ocurrencias reflejadas en los camerinos o en los laberintos de las ferias dominicales.
Reducir a contextos míticos o a la clandestinidad de las sectas el origen de un espejólogo, equivale a saturar de fantasía su formación. Tampoco se puede definir dentro de una vertiente etnográfica de baños públicos o peluquerías. Hay un término medio, y quien dedique el timbre de su voz y la tinta de su pluma a un oficio manoseado sin rigor por la comunidad científica, los metafísicos, el cine de terror y algunos lectores de Carrol y Borges, reconocerán la relevancia analítica tanto del pavor del vampiro al no ver su imagen, como de la obsesión escritural humana resuelta en mensajes de venganza o de amor sobre los espejos.

¿De qué manera se ha utilizado ese objeto hecho de metal, mercurio o agua?, aquí la pregunta agitadora en los estudios espejográficos. Los físicos reclamarán la paternidad del oficio, alegarán manías de la reflexión de la luz. Los poetas no cederán terreno, rememorarán la muerte de la gorgona para argumentar un punto de partida. Incluso ese meticuloso y alérgico clan llamado Boy Scout tomará protesta y vindicará la supervivencia en bosques. Pero esos debates son nulos, y poco importa una validación en otras áreas del conocimiento. El simple hecho de descifrar las palabras escritas con un dedo sobre un espejo empañado en una tarde fría, alimenta cualquier inquietud indagada en novelas barrocas o estudios de la Posguerra. Alguien pega adhesivos o cartas en los bordes de la superficie donde cada mañana escudriña sus ojeras. Alguien observa sus arrugas cuando cepilla los dientes y descubre, quizá descubre, una sombra detrás de su figura ¿Quién grita al estar frente a un espejo? Yo o mi reflejo ¿Quién es el mudo? Los espejólogos queremos descubrir la respuesta. No hacemos el objeto, preguntamos quién lo inventó.