Etiquetas

martes, 11 de noviembre de 2014

Felicidades, su Chocoramo


Hay un mercado en Ciudad de México que es una tienda esquinera colombiana; un consulado gastronómico donde el acento paisa retoma su lentitud dulce y es preocupante el no estar atento al cambalache. El Mercado Medellín abarca una manzana entera de la colonia Roma, en pleno corazón urbano, y se ha ligado a la pululación de restaurantes y panaderías donde los buñuelos y pandebonos se mezclan con el ajiaco, el sancocho y la bandeja paisa. Hay vallenatos y cumbias, tres colores ondeantes de un continuo 20 de julio y voces invadiendo las esquinas con un anecdotario de ritmos bogotanos o caleños.
El mercado toma el nombre de la calle en la cual despierta con un sabor a fruta y sur. No es una referencia a la ciudad fraguada en la cordillera de los Andes, es parte de la toponimia derivada de los municipios veracruzanos, tierra de fandango y jaranas. Aunque este Medellín en la vida chilanga pareciera ser el territorio de la parranda y el acordeón, los sonidos al interior de los Macondos restauranteros.
Entonces llegan las postales imaginarias, y hay un recuerdo de las tardeadas: aquel pastelito rectangular cubierto por una capa de chocolate que al morderla se quiebra como si revelara el mapa de un tesoro.  Pero el pastelito sólo es pastelito cuando cruza la aduana, tiene su revisión antinarcóticos y eleva la alegría de algún colombo perdido en México. Antes, en el inicio del  sur, en alguna ciudad con un parque Simón Bolívar, su designio es ser ponqué y viene empacado en una bolsa naranja, confite gigante, regalo cotidiano. Con ese anhelo glotón camino hacia Medellín. Busco un ‘Chocoramo’.
En la entrada del mercado observo el mural: hay frutas desbordando canastos, hay fiesta de carne y maíz. El mosaico latinoamericano antecede el recorrido por un laberinto con paredes de guayaba, yuca, papa, cocteles de camarón y piñatas ‘Darth Vader’ o  ‘Supermán’. Pero tengo un hilo de Ariadne, busco mi guía gastronómica en las banderas colgantes del tejado.
Paso cerca de Perú, siento el mate argentino y la papaya brasileña. Escucho a una señora venezolana preguntar por masa para arepas y un cubano de canas me invita a probar los helados hechos con recetas de su isla. Me pierdo en un local donde los chilaquiles son un plato de orgullo y cruzo palabras con un hombre en busca de café. Cerca está la bandera final. Una emoción pequeña, de bambuco y cumbia en reclamo, a pesar de mi ignorancia de pies y azote de baldosa, se intenta extender en una mirada sin parpadeo.

-  ¿Va a querer algo? -pregunta una mujer joven con indicios de primera venta.
- Sí, un Chocoramo.
- Voy a ver si hay, sólo tenemos en paquete.

Antes de yo indagar el precio y hacer matemática de bolsillo, la joven se encamina hacia un local con algunos trotecitos.
En el lugar donde espero hay un mostrador decorado con latas de Pony Malta y de refresco Colombiana. En México la gaseosa deja de ser gaseosa y se convierte en refresco. Hay, también, bolsas de café Sello Rojo y de arepas de queso.

 - ¿Quiere algo más? -dice un hombre con palabras de barrio bravo al arquear las cejas.
 - No, gracias, sólo el ‘Chocoramo’.

Al pronunciar la palabra mágica, la joven aparece de la nada. Trae un paquete de lo preciado. Es el tiempo infante en el Parque Industrial en Pereira, de juegos y ‘Perlita’ de vainilla para acompañar el ponqué en la hora del “algo”. Es el tiempo universitario de cafetería llena de jugadores de dominó y punks no muy punks. Es el tiempo citadino cuando salía del trabajo y antes de tener mi turno en el bar pedía en una tienda esquinera el pastelito cubierto y unas galletas ‘Festival’ sabor limón.

Resulta imposible obtener el paquete de cinco, preocupaciones de quincena etérea. Haciendo malabares verbales en busca de una rebaja, la joven acepta, con nulo aprecio hacia el cliente, venderme dos piezas. Gesta heroica en mi historia dulcera: tres mil quinientos pesos por cada Chocoramo. Aunque el escalofrío de mano triste en el bolsillo del pantalón dura poco. Compro, al salir, una leche de caja en una tienda mexicana, y sentado en la banqueta del estacionamiento del mercado Medellín (no andén sino banqueta, no parqueadero sino estacionamiento, el paso del lenguaje en la aduana) abro con paciencia de amante secreto la bolsa naranja y puedo, casi al inicio del llanto, honrar un artificio del recuerdo legado desde los años cincuenta en Colombia.







6 comentarios:

  1. Me ha gustado tu texto escribes muy bien
    Con respecto a tu comentario me gustaria que me explicaras lo que escribiste no lo entiendo NO sabemos enamorar
    mil gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Mucha, y claro, me pasaré por tu blog y explicaré lo que ni yo supe comprender.
      Saludos.

      Eliminar
  2. Qué bueno eso del Hilo de Ariadna, apreciado Eskimal : nada como la comida y la música para devolvernos a lo más esenciañ de nosotros mismos.
    Pero resulta mejor todavía que esté alimentando este blog con su experiencia chilanga.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, maestro. La verdad uno sí se pierde en ese mercado si no sigue las banderas. El Chocoramo es uno de nuestros gustos infantiles, quién no lo recuerda con una sonrisa involuntaria.
      Espero seguir con algunas postales como esta; espero, además, contar con sus comentarios, siempre válidos y estimulantes.
      Saludos.

      Eliminar
  3. Desde hace días por leerte y más después del anzuelo en clave de trino "por ahí dejé algo sobre el Chocoramo...", y buena la pasada. De la mano de tu palabra se deja llevar uno por ese inmenso Mercado Medellín y se siente todo ahí a la vuelta del clic. Y es claro como crece tu escritura paso a letra.
    Y no deja de notarse cómo está de costosa la nostalgia por allá, mi hermano...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Luis, hermano, costosa es poquito. Me alegra que le haya gustado el texto y que se lo imagine con buena gana y un Chocoramo a la mano.
      No se imagina cuánto cuesta una Ponymalta, o un paquete de arepas de 5, casi cuatro mil pesos.
      Abrazos y no se pierda..

      Eliminar