Etiquetas

martes, 17 de marzo de 2015

Memorias para Abraham

El esposo agarró el cuchillo, se sentó junto a la mujer, le acarició el vientre. Luego rebanó la carne. Cuidó la simetría en los cortes para así tener una cena digna con los suyos. Al terminar, puso cada plato en cada lugar de la mesa-comedor y acarició de nuevo el vientre de la mujer. Imaginó una vida renovada: educación, viajes vacacionales, abrazos como unidad; su primogénito crecía en un lazo puro, sin descendencias sueltas… su primogénito… Lo reafirmaba cuando volvía del trabajo, cuando dormía, cuando recibió al hijo de su primer matrimonio, cuando la mujer no estuvo de acuerdo y él supo que había un estorbo en la casa, cuando ese día de la semana llamó al pequeño a cenar y empuñó hasta doler el cuchillo, ya manchado de sangre.

2 comentarios:

  1. De absoluto terror, sobre todo por existir en el universo de lo posible.
    Extraña especie la humana. Como que no igualamos a pesar de todo.
    Ni nos sentimos de la misma tribu. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Carlos, tienes razón. Somo extraños. Aún nos dividimos, aún no nos reconocemos en el otro, aún nos matamos.
      Abrazos.

      Eliminar