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lunes, 25 de mayo de 2015

Noemí y los pixeles

Noemí escribe un mensaje: Nos miramos en la plaza Martí, saliendo de Hidalgo. Yo soy el destinatario. Leo sus palabras en el buzón de textos de mi celular. Es una intención de vernos creada por números en los botones de una pantalla de luces y cortos de energía unidos igual a cadenas genéticas, formando una N, una O, una S, para así imaginar un metro Hidalgo, una plaza Martí donde Noemí y yo nos miraremos, no otros lados, no otras miradas, viajando por el espacio decodificado, siguiendo una ruta de señales invisibles, entre las ventas de tacos y las dependencias sanitarias, entre los taxis vinotinto estacionados en Eje Central, entre los edificios viejos y agrietados, entre las encrucijadas de calles llenas de personas bajo el sol.
Noemí escribe el mensaje. Guarda el celular en un morral para jubilar. Alza la cabeza, intenta mirar sobre la montura de sus lentes y entrelaza los brazos mientras piensa, mientras la imagino cuando veo mi caja telefónica, sus botones de luces y cortos de energía vibrando, su sonido de pájaro dormido en una mano, y leo Miramos, Martí, Hidalgo. Noemí tiene el cabello recogido, aunque un mechón de pelo, detrás de su oreja izquierda de tacita de té, cae sobre el cuello de cisne, ese cuello de movimientos precisos que contradice su manera de cruzar la calle en el instante de un semáforo en rojo.

Yo me apuro por culpa del mensaje. Llega como urgencia al recorrer gran parte de una ciudad sin dominios. Es polen o esporas, hilo dorado brotando en una idea antes hecha cifras binarias y luego lenguaje de humanos. Veo una Noemí escriba digital, detallando el cielo e intentando acomodar su mechón de cabello. Descubriendo que las horas son números y hay una posibilidad de mirarnos, sin saber quién esperará a quién, sin saber cuál de los dos bostezará primero en medio de la plaza Martí, donde un prócer cubano de bronce vigila los puestos de fritanga de La Alameda y sabe que a su lado hay otra persona impaciente, alguien que observa los rostros confundidos, como plastilinas de colores mezcladas, y anhela encontrar entre ellos ese inicio de día saliendo del metro Hidalgo.

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