Pequeños mensajes
regalados. Decirlos como salían
cuando alguien entraba
en la casa y mamá obligaba
el saludo. No corregía
nada en ellos para ver las caras de mis tíos y primos al soltárselos apenas
cruzan la puerta. De niña era
fácil hacerlo, venían
listos, pensados uno para cada uno. Y en la boca… en la boca formaban un remolino, se mezclaban las
letras por culpa de una lengua algo malvada. Al final había una combinación nueva brincando
detrás de los dientes. Me gustaba,
corría
hacia
la habitación y la escribía
en papeles rojos para que las
visitas llevaran
mis
mensajes regalados en los bolsillos, útiles en cualquier momento, cuando metían las manos en esos escondites de
monedas con llaveros y los encontraban
antes de cruzar una calle. Tal vez sonrieron al leerlos, claro, pudieron preocuparse por mi
salud mental, aunque les gustara el juego. Pero ya no me salen, no puedo
recordar. A veces, con
mis manos en los bolsillos, siento alivio de haber anticipado este olvido de
mensajes y saco este papel de color rojo que me gusta leer.
Por aquí voy llegando, apreciado Eskimal, a reencontrarme con sus inquietantes visiones de lo que bien podría ser un círculo alternativo del infierno.
ResponderEliminarEsas palabras que se hacen remolinos en la boca y solo pueden ser exorcizadas a través del papel me devuelven la certeza de los siempre truncos intentos de la escritura.
Hola Gustavo. Sí, hay algo que la escritura tiene como fin, algo que quiere comunicar, pero su belleza está en que no lo logra por completo. Nos deja con cierta incertidumbre.
EliminarAbrazos.
me llenas de sonrisas la cara cuando te leo
ResponderEliminarAbrazos
Me alegra Mucha que encuentres algo bueno para tu día, por lo menos, en estas historias. Abrazos.
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