Me
llegó una carta anónima. Los viejos estaban contentos por tan gran honor. Los colegas no dejaban de
aplaudir
mi
intachable labor. Incluso los de la competencia tuvieron un
gesto de respeto conmigo. La verdad, lo de recibir la carta no
era una buena
motivación, hasta sentí el retorno de la gastritis cuando mi señora me la
pasó con esas ansias de leerla rápido. Y no mentiré, al hacerlo me subió un frío
ártico por la columna,
pero
la familia celebraba una meta más,
y hubo
una fiesta
el fin de semana. Los primos
lejanos y las tías perdidas dejaron de lado cualquier excusa y arribaron a otra
reunión entre los nuestros, La vieja, de tanto orgullo, mandó a enmarcar la carta con la intención de mostrársela a sus
amigas, y
con los vecinos y compañeros
armamos
tremenda rumba antes de tomar
la decisión de irme, pues en realidad ese era el mensaje, un viaje otorgado a
los destacados en mi oficio.
Fue difícil creerlo. Las felicitaciones llegan con un guiño de ojo.
Tenía
miedo, nada de negarlo.
Aunque
ver a mi gente confiada en mi
desempeño, fue
el impulso
para
seguir la investigación.
Ya
sabré luego si el viaje será necesario.
Ahora les leo la carta, es corta:
“Periodista,
lo tenemos fichado, no siga metiendo sus narices en lo que no debe o
sino se va de viaje”.
Magnifico e intenso texto lleno de las rabias que habitan nuestras mentes
ResponderEliminarvine a dejarte un abrazo
ResponderEliminarfeliz
diciembre
muchacho
Gracias, Mucha. Abrazos un poco tardíos.
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