En
México sería un vocho, en Colombia, un pichirilo. Lo cierto es que ni la física
o la geometría de los espacios es un problema serio como sí lo es la
cordialidad al introducir cinco elefantes en un auto compacto.
Digamos
pichirilo, digamos que momentos así son tristes en la investigación empírica. Y
aunque los interesados en acomodarse dentro del carro resultan ser generosos
paquidermos, la cosa se pone color de hormiga si no dejan tanta decencia y los
continuos permisos a su compañero, pues los elefantes son un despilfarro de educación
ante el ceder sus lugares en el cine, en un auto o en las filas de
degustaciones gratis en supermercados. Por lo que para enfrentar el “de ningún
modo pase usted primero no faltaba más ¡caray cómo cree! no tiene que darme las
gracias” (los elefantes no utilizan comas al hablar) es aconsejable
documentarse sobre leyendas urbanas.
El
animoso por ver a una quinteta de trompudos ocupando sus lugares en el pichirilo
(tres atrás, dos adelante, aclaro para quienes han viajado en taxi Tsuru por
Veracruz y creen que todo mamífero con licencia de conducción mete cuatro
sujetos adelante) acudirá a la búsqueda de un ratón, esperando que este sea el
juez, luego de convencerlo con un soborno meticuloso de fruta y queso, según
las leyendas urbanas, que decida el orden de entrada. Aunque ya con uno en el
interior el resto agradece la ayuda y tras un razonamiento envidiable se
enumeran para ocupar lugares. Así los tiene felices en su vocho o pichirilo,
haciendo una invitación al ratón para que sea parte del grupo viajero hacia
Turbo o San Agustín. Pero si pretenden acomodarlo deben abrir un espacio donde
el proactivo roedor esté tranquilo, sin ningún riesgo de aplastamiento, los
elefantes son grandes y robustos, ellos no lo niegan. Entonces mejor pensar
cómo ocupar espacios y de allí que entre risas y espaldarazos decidan bajar del
auto compacto, estimulando un diálogo sobre el confort de los viajeros sin
perder la compañía del nuevo integrante.
He
aquí a las cordialidades repitiéndose y a un ratón aceptando la falta de buenos
modales entre los suyos.
El Eskimal, tu relato es un ejercicio continuo de surrealismo bien hilado. Imaginarse cualquier escena que dibujas con los paquidermos no se puede realizar sin una sonrisa en la boca.
ResponderEliminarMe gustó este experimento empírico que me proporcionó la certeza de que los elefantes no son educados.
Abrazos.
Me alegro Don Nicolás que haya sido de su agrado. Y sí, me puse a escribir este cuento, o como sea, al escuchar una broma y ver una escena de una caricatura. La Broma: cómo hacer para que cinco elefantes entren en un refrigerador (no recuerdo la solución, je) La escena: infinitos payasos saliendo de un ajuto pequeño, muy común, pero bueno, algo salió de eso.
EliminarFestivo retrato de la alegría social juvenil de andar en grupo, con el tiempo tiende uno a alejarse de éstas situaciones a las cuales te acabas refiriendo como: Andar todos juntos y hechos bola. Con esfuerzo y un poco de suerte vas ampliando el modelo del auto y eliminando compañías; más bien dándoles un poco de control de calidad.
ResponderEliminarNi modo Carlos, aunque sin o con el auto que había que empujar cada esquina, existía cierta complicidad con los amigos: la dle hambre, poco dinero y un viaje inigualable. Abrazos Carlos.
EliminarCurioso enfoque que das a como acomodar mucho bulto en poco espacio, por un momento uno de los elefantes me apretaba tanto que tuve que salirme jajajaja. Divertido y novedoso.
ResponderEliminarSaludos.
Ya sabes Gloria lo que tendrás que hacer cuando te enfrentes a una situación de semejante tamaño.
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