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miércoles, 29 de junio de 2016

Biblioteca Municipal

Los pasillos de la Biblioteca Municipal fueron recorridos por personas en busca de libros. Me parece absurdo disfrutar de un lugar donde repiten las letras, las palabras y hasta las aflicciones. Sólo hay confianza por preguntas y nombres muertos.
Fui su visitante accidental. No diré cómo llegué a ese lugar de un tiempo frívolo, pero al deambular entre las salas de lectura y las colecciones (“Sala de lectura Vidales”, “Sala de lectura Tejada”, “Colección Chicana”, “Colección Poesía Cósmica”) encontré una similitud con la memoria de los abuelos donde el polvo y los anaqueles eran recurrentes. Tomé un libro de fotografía, uno de “Históricas Teleológicas”, y me senté en la mesa con iluminaria oxidada.

Observé las primeras imágenes. Identifiqué ciertos lugares de la ciudad. En ninguno asomaba una fuga de color aparte del gris, estética apropiada para un modelo absurdo y ya destruido. Aunque es un exceso arquitectónico, la biblioteca resultó menos molesta de lo mencionado en las clases de ‘Autoestima’. Decidí quedarme hasta revisar algunos apartados del libro sobre la guerra civil, el asesinato de los tres mil empleados bananeros, la muerte del Caudillo, La Contra-revolución, las tomas y las retomas, la violencia de los colores y las bombas lanzadas a los edificios por motociclistas jóvenes. Al final había un capítulo, ‘Perspectivas’. Detallé un dibujo con anotaciones referentes a la ciudad en un futuro, mi presente, el futuro de los cadáveres. Nada anormal encontré, eran posibilidades de un proyecto masivo. Lo sabemos: es nula la relación con nuestra realidad. La sociedad anterior basó sus rituales informáticos en este monumento al tugurio, al desborde, al basural, y ese trabajo fotográfico pertenecía a otra colección, no a la de  “Históricas Teleleológicas”, pertenecía, no tengo duda, a los ejemplares de “Horror Cósmico”. Ahí lo dejé.