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lunes, 29 de febrero de 2016

Viñeta Cachanilla

La ciudad se llama Mexicali. No tiene edificios prepotentes ni callejones reservados. Fue hecha como una alucinación en el desierto, alucinación de restaurantes chinos, bares de puerta clandestina y aire acondicionado en las casas.
Más allá de su norte, en el orbe señalado con una bandera de estrellas y barras blancas, está su reflejo, Caléxico. Está detrás del muro final de lo inesperado en el viaje del migrante, una negación obligada tipo "Stop, right here, don’t cross". Pero el cachanilla va y viene entre las dos ciudades pensando en el cinema o el buffet más cercano de pollo cantonés; y dice ‘wacha’ cuando le canta a uno de los suyos la letra de alguna canción sierreña, y dice línea al ver el muro, sacar el pasaporte, cambiar calle por street e ir al trabajo luego de visitar a algún familiar.
Un cachanilla es de Mexicali, aunque viva en Caléxico. Un cachanilla, después de aclarar su lugar en el mapa, explica la razón de ser cachanilla. Así renueva su orgullo cosmológico e ilustra esa planta que despunta en una flor púrpura, no muy del Pacífico, entre montañas de piedra y molinos eólicos. No hay nada raro en ver un grupo de jóvenes cachanilla en la cochera de cualquier casa, pisteando, claro, dirían ellos, y poca idiosincrasia habría en sus conversaciones si no sueltan de vez en cuando un comentario climatológico, una acotación mínima sobre un abrigo de esquimal en el fin de año o la poca suerte del extranjero al no vivir en un desierto en agosto.
Para los cachanillas deambular por su ciudad es una opción aventurera, un impulso exótico. Pocas veces hay personas habitando una esquina o un parque, pero las hay, a pesar de las leyendas sobre quienes viven en camionetas y tienen una colección de ventiladores. En el centro, a un costado de la catedral que vista a lo lejos parece una iglesia western, está la Cafetería Azteca. Allí debe terminar una tarde, en el ritual glotonero de café con leche y bísquet con mantequilla. No hay presiones de tiempo, no hay normas gastronómicas, ni siquiera en el significado de un hanzi adornando las paredes, aunque, ¿cómo saberlo? Y si resulta una invitación a cenar el plato típico de Mexicali, sería un noble gesto conseguir un par de palillos chinos y llevar salsa de soya y chile de árbol. El cachanilla sabrá agradecerlo.

martes, 9 de febrero de 2016

Educación de los reflejos

Una persona hace muecas frente a un espejo. El reflejo, afín al sentido común, responde con caras iguales, y alza los brazos como su ejecutor los alza, y mueve la boca hacía un lado y muestra la lengua de la manera esperada: pequeño divertimento al observarse en la mañana. Pero si en algún momento ese otro yo corre hacia un costado del espejo y desaparece, si no duplica el susto monosílabo de quien ve el fondo vacío y enmarcado a sus espaldas, si luego retorna a su lugar y avergonzado pide disculpas, ¿qué hacer?

Afín al sentido común, la persona se palmeará un hombro para seguir jugando.