Despierto en un sillón,
en la casa de mis abuelos. Recuerdo
sus nombres al escucharlos darme la suerte. Me despiden con una mano al aire, me desean buen viaje en un día
de Armero; calor y polvo y dominó cerca de la plaza bajo la sombra. Allí, donde
quise crecer, donde mi familia bromea o sale en la noche en busca de un bailable. Es mi último
día con ellos. Son mis 27 años, los 27
de mi Armero que imagino en esta nota. Cada palabra es un intento de invocación
sin tantas cruces y soledad.