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viernes, 28 de diciembre de 2018

Dos discursos en la frontera



Paloma Zúñiga dice que Donald Trump es la respuesta a sus plegarias ante la “invasión del tercer mundo”. Lo dice en su sitio web Paloma for Trump, donde vende gorras, camisetas y vasos que traen oraciones como “Make America Great Again” o “Make Tijuana Great Again”.
El sábado 4 de marzo de 2017, Paloma viajó a Washington, y fue parte de la manifestación March4Trump. Su intervención se registró en un video colgado en el canal de Youtube de Marco Gutiérrez, cofundador del movimiento Latinos for Trump. Ese día, Paloma subió a una tarima. Como bufanda tenía puesta la bandera de Estados Unidos, y detrás suyo alguien ondeaba la de Israel.
- Necesitamos construir el muro. El presidente Trump tiene razón… Yo nací en México. A los diez años mi madre me trajo a este país legalmente. Esperamos nueve años para convertirnos en ciudadanos americanos. Esperamos los procesos legales… Sin esas fronteras, no tendremos un país. -
El domingo 18 de noviembre de este año, 300 personas se reunieron en la glorieta al Monumento a Cuauhtémoc de Tijuana. Pedían soberanía, enaltecían la patria, recriminaban la invasión, exigían la deportación. Eran la marcha contra la Caravana migrante de centroamericanos que arribó a la ciudad. Paloma estuvo presente, y fue rodeada por los reporteros al acecho de quien levantara los brazos o alzara la voz.
- No es que no quiera que estén aquí, nos preocupa que nuestras calles estén bien, y hay reglas. No sabemos quiénes son, no está bien que estén durmiendo en la calle. A mí me gustaría más que estén en sus casas, y que su gobierno se hiciera cargo de ellos, no el de México, ni el de Estados Unidos. -
Paloma negó ser racista, afirmó tener doble nacionalidad, preguntó sobre cuál era el problema al apoyar a Donald Trump, y dijo que era de Ciudad de México, pero vivía en Tijuana desde hace diez años.
- Nosotros, cuando llegamos a Tijuana nos convertidos en tijuanenses. A mí Tijuana me recibió con los brazos abiertos. -

jueves, 29 de noviembre de 2018

Caminar como migrante


Roberto espera la llegada de la otra manifestación. Lleva un megáfono para amplificar una canción que sale de su celular y no se escucha bien. Los policías municipales de Tijuana hablan por sus radios. Dicen que “un joven de los a favor” está en medio de la vía. Algo les preocupa, algo le comentan a Roberto, quien observa que poco a poco, desde la glorieta del Monumento a Cuauhtémoc, las personas reunidas se acercan por la Avenida Paseo de los Héroes. Vienen con banderas, sombreros de charro, mensajes escritos en mantas y cartulinas: “Puro Tijuana Cabrones”, “Inmigrantes sí, ilegales no”, “Respeto tus derechos humanos.  Respeta la soberanía de mi país”.
Roberto también lleva un mensaje.
“De dónde eres”, le pregunta un reportero, “De Nayarit. Vivo en Tijuana”, “¿Qué dice tu cartel?”, “No a la xenofobia, no a la aporofobia, sí a la fraternidad, sí a la solidaridad”.
Es domingo 18 de noviembre. Una cuadra que dura dos minutos recorrerla a pie separa a los más de 300 manifestantes a favor del control y deportación, y aquellos veinte con letreros de bienvenida. Los dos grupos se convocaron por Facebook. Surgieron luego de la reunión de algunos residentes de Playas de Tijuana en el faro, cuatro días antes, para defender la “patria”. Al lugar había llegado alrededor de 800 integrantes de la caravana migrante centroamericana, y fueron señalados como “invasores” por quienes cantaban el himno nacional mexicano. Les exigieron volver a sus países.
Pero la caravana, dice Roberto, son hondureños, salvadoreños y guatemaltecos que buscan trabajo, bienestar para sus familias, dejar la violencia de sus ciudades. Son casi 6 mil caminantes que entraron a México en octubre y permanencen en Tijuana. La mayoría duerme y come y espera en un centro deportivo de la zona norte adecuado como albergue, a una cuadra del muro fronterizo que anhelan ver desde “el otro lado”.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Visitas del 2 de noviembre en la casa de la curandera



- Desde los siete años hago curaciones. -dice Virginia Peralta mientras soba la espalda de un hombre que de algo se queja. Sobre una mesa hay un recipiente con un líquido azul en el cual ella sumerge sus manos. También hay velas y un jarrón con la flor de cempoalxochitl.
Es un domingo 31 de octubre de 2010. Estamos en Huatusco, un municipio cafetero perteneciente a la región de Altas Montañas de Veracruz. En el cuarto de la casa donde hace la curación, Virginia construyó la ofrenda del día de muertos. A nuestro alrededor hay 20 imágenes de santos, y la mujer de 64 años los nombra como si estuviera coleccionando láminas de un álbum. Nombra al Señor del Rayo, al Niño ciego y al Niño de los pescados.
- Mis padres decían que anteriormente siempre vienen los difuntos, –dice antes de pasar una rama de chamizo por la nuca de su cliente -y por eso armamos una ofrenda grande, porque hasta yo los vi una vez visitarnos en el día de todos los santos.
Para llegar a la ofrenda el 2 de noviembre, los “difuntos” de Virginia y su esposo Juan Aguilar, de setenta años y exteniente judicial federal, deberán recorrer el camino hecho con pétalos de cempoalxochitl. Inicia en la entrada de la casa, cruza la sala, el pasillo que conduce a la cocina y las habitaciones, cruza el patio y termina en la puerta cerrada del último cuarto. Serán estas visitas quienes la abran y se queden a comer, beber y fumar.
- Es una tradición de más de cuatro generaciones –afirma la curandera luego de despedir al hombre que agradece “la chamba” y mientras prende el incienso.

En la ofrenda hay pan de muerto, tortillas, tamales de mole y piña, arroz, fríjol, chocolate, juguetes, naranjas, mezcal. Hay fotografías familiares, como la de Filiberto, el hijo de Virginia y Juan, asesinado en 1997. Junto a la imagen le han dejado un paquete de cigarrillos Marlboro y una cerveza Modelo Especial.

martes, 2 de octubre de 2018

Diario en Panorámica: Estación San Antonio Abad (2013)



La estación San Antonio Abad indica el inicio o final de la avenida Tlalpan. Es el paisaje hacia el sur de la Ciudad de México. El viaje subterráneo del Metro se cimbra en ese pequeño mundo, donde los vendedores ambulantes no apartan lugar, los policías tienen somnolencia y las escaleras eléctricas mantienen dañadas. En su único corredor, las personas esperan como se espera un bus en un pueblo al lado de la carretera. Esperan llegar a las estaciones contiguas, Pino Suárez y Chabacano, las del transbordo, las flechas, las filas, el Monumento arqueológico y la escenografía de ´El vengador del futuro´.

martes, 25 de septiembre de 2018

Luchas en Tijuana




Es el primer sábado de septiembre. Los integrantes de Pueblos sin fronteras llegan al estacionamiento de la Estancia Municipal de Infractores. Llevan pancartas y mantas. No son más de sesenta. Han caminado las calles de Tijuana desde el mediodía. Son las tres de la tarde. Gritan “no están solos” frente a los policías. Repiten “no están solos” en un intento por dar un abrazo a quienes cargan la etiqueta de deportado o migrante y están en una celda.
Son de El Salvador, Guatemala, México, Estados Unidos y Honduras. Su mensaje hace parte de la campaña ‘Marcha por la dignidad’. Quieren frenar el abuso de poder de la fuerza pública: las extorsiones en los alrededores del canal del Río Tijuana, los levantamientos cerca a los trabajos o colonias si la voz y la piel son una cosa ajena, un no-lugar en los mapas, un cuerpo carente de espacio en la ciudad.
“Basta ya, basta ya a la poli de robar”, exigen. Registran con sus teléfonos los testimonios de hombres y mujeres que doblaron en la esquina equivocada y resultaron detenidos. “Acá se está desmayando uno y no hacen nada”, grita un hombre al abrir las puertas traseras de una furgoneta policiaca. En su interior hay cuatro personas tras una reja. “Hablen. No se queden callados. Aquí están las cámaras”, les dicen, pero parece que junto a las billeteras y el dinero también les decomisaron las palabras.
Cuando los marchantes rodean la furgoneta, los policías se acercan y usan sus teléfonos: graban rostros, manos, conversaciones. Irineo Mujica, vocero de Pueblos sin fronteras, informa que el director de la Estancia dio la orden de liberación. Entonces esperan, ven caminar hacia ellos a quien quita el candado de la reja, esperan, y sueltan abrazos al recibir entre los suyos a las personas detenidas ese primer sábado de septiembre. “Sí se pudo”, grita Irineo, “Sí se pudo”, es la respuesta de sus compañeros, el cántico de retirada mientras recorren de nuevo las calles de Tijuana.  

sábado, 25 de agosto de 2018

Playas de Tijuana


La familia camina por el malecón de Playas de Tijuana. Son el padre, la madre, dos niñas y una joven, quizá de 20 años. Es un domingo de julio, es una tarde que pronto caerá, aunque el sol persiste en su cenit.
Las olas del Pacífico parecen brazadas de gigantes. Los surfistas observan como el mar se eleva. En los cafés hay gringos y tijuanenses que toman cerveza artesanal. En las marisquerías hay gringos y tijuanenses que toman Tecate roja. En la entrada de los restaurantes se agolpan los grupos de norteño y banda; traen la tuba, el acordeón, los platillos, la guitarra y muchos sombreros. Un hombre toca una jarana, canta el son El Siquisirí y también usa sombrero. Los músicos de Tijuana no olvidan el sombrero en casa. Arriban los orientales. Bajan de un bus. De sus cuellos cuelgan las cámaras Nikon y Canon. Observan el Faro y se toman fotografías cerca del obelisco, e intentan leer: “Límite de la República Mexicana. La destrucción o dislocación de este monumento es un delito punible por México o los Estados Unidos”. El muro fronterizo es el fondo de la imagen. Los orientales hacen el signo de la paz cuando los enfocan otros orientales con los lentes gran angulares. También la familia busca el muro, deja el malecón y camina sobre la arena. Cuando alcanzan el límite de la República Mexicana, una de las niñas saca un teléfono móvil y toma una foto del padre, la madre y las hermanas. Luego cambia de rol con la otra niña. Ahora ella aparece en el retrato junto a los suyos. 

domingo, 22 de julio de 2018

Goles en el transporte público



- Ya nos chingaron –dijo el joven mientras observaba en su teléfono como el defensor mexicano Edson Álvarez no pudo despejar un balón que pasó entre sus piernas, rebotó en el suelo y empujó con su mano izquierda al interior del arco custodiado por Memo Ochoa. Los suecos celebraban su tercer gol.
Fue el 27 de junio del Mundial de Rusia. Era el minuto 74. En el estadio de Ekaterimburgo nadie coreó el nombre de Hirving 'El Chucky' Lozano como si cada letra fuera una nota de Seven Nation Army de The White Stripes. “Ya nos chingaron”, dijo el joven antes de las 9 a.m., hora Pacífico, en Tijuana, y desconectó los audífonos del teléfono, subió el volumen y nos dejó escuchar, a quienes íbamos en el asiento trasero, las especulaciones de los comentaristas del México-Suecia sobre la caída de Alemania ante Corea del Sur, el otro último encuentro del Grupo F. Si los campeones de 2014 eran eliminados, y fueron eliminados, habría una nueva oportunidad para cantar los goles de la selección mexicana en el transporte público tijuanense.
Un día después, Colombia enfrentó a Senegal en la ciudad de Samara. A las 7 a.m. inició el partido, hora Pacífico, claro. El primer tiempo lo vi en casa. Un amigo me pasó un link por redes sociales de un sitio web que registraba otros links de otros links donde transmitían el Mundial. Pero el cabezazo a lo Yerry Mina, en el minuto 74, llegó cuando ya estaba dentro de una furgoneta que en Tijuana llaman taxi y en la cual caben ocho o diez personas, aunque el conductor insista en meter doce o quince. Uno de los pasajeros era el joven “Ya nos chingaron”. Así que al sentarme a su lado le pregunté por el partido. Él volvió a desconectar los audífonos y volvió a subirle el volumen al teléfono. Vimos como Mina se alzaba entre los defensores senegaleses y encontraba el balón en el aire. Cantamos el gol. No era momento de negar uno de los pocos sufrimientos voluntarios y compartidos en este continente, sobre todo antes de iniciar la jornada laboral.

miércoles, 27 de junio de 2018

Tijuana y el debate presidencial


En un domingo de mayo con el número 20 en los calendarios, Tijuana apareció en los medios de comunicación mexicanos como la alfombra de un evento de aplausos, cámaras y gafetes. El segundo debate presidencial inició a las siete de la noche, y para transmitirlo y hacer preguntas y dar respuestas, el Instituto Nacional Electoral y el Estado Mayor Presidencial abrieron micrófonos, alzaron campamentos y cercaron la Universidad Autónoma de Baja California.
Desde la mañana, las calles se llenaron de mujeres y hombres que ondeaban banderas y lucían camisetas con los apellidos de los cuatro finalistas. Era el momento de señalar al otro, entregar volantes, distribuir tortas e iniciar la batalla sonidera en los semáforos con cumbias hechas himnos de urnas.
Pero entre los vociferantes de quienes son sonrisa y abrazo electoral, aparecieron los carteles con la imagen del miembro de Mexicali Resiste liberado tres días después del debate: “Libertad a León Fierro”, “Preso político”, “#somosleon”. Aparecieron pancartas dirigidas a Francisco Vega, el gobernador de Baja California: “El agua es vida y se defiende”. Jóvenes, señoras, señores y treinteañeros marcharon en medio de banderas, cumbias, reggaetones, volantes y tortas. Prendieron megáfonos y frente las rejas y los custodios de cachiporras hablaron de los desaparecidos, de la fibromialgia y su nula cobertura en el seguro social, del derecho al agua, de las desaladoras, de Constellation Brands, de los recortes presupuestales a la educación.
Hablaron para hacer llegar sus mensajes al coliseo de la UABC, que al fondo parecía un castillo de vampiros rumanos en la cima de una montaña. Allí estaban los de corbata y atril, tuteo a quien no ven al acercarse a las cámaras y sonrisa de ladrón al encontrar a un ebrio dando tumbos por la calle. Aunque nada de desaparecidos, fibromialgia, agua, desaladoras, cerveceras o presupuestos. El debate fue observado en México como un programa de concursos del cual saldrá un ganador este primero de julio, porque así es la democracia.

sábado, 9 de junio de 2018

Emilio


El 5 de junio de 2017 nació Emilio Puello Vargas. Nació en Montería, una ciudad colombiana donde las iguanas orientan sus pesquisas camufladas en el prado, y el río Sinú se hace arruyo nocturno antes de desembocar en el mar Caribe.
En su casa, Emilio se preguntará por qué el tambor es de cuero y el acordeón parece sonreír, escuchará la cocción del arroz con coco a la hora del almuerzo y se hará simpatizante del ají en la arepa de huevo. Intentará definir con gestos y onomatopeyas el sabor de una yuca o un patacón bañados con suero costeño. Y cuando busque el campo, observará a los árboles surgir de la tierra para poblar la sabana como si fueran fanáticos de las mirandas hacia el horizonte
Pero ese es un futuro sin sarpullidos que imagino en Emilio, una vuelta de hoja sin bordes doblados o café regado sobre la letra de molde. Nada suyo puede ser un hombre tocando en una puerta al mediodía porque en los clasificados de un periódico apareció una dirección y no había de otra, paila. Emilio contradice esos momentos de corbata y tests psicológicos en oficinas de recursos humanos carentes de ventiladores. Yo lo imagino con un mapa en la mano mientras recorre la geografía bajacaliforniana, quizá a los 18 años, cuando venga a visitarme.

lunes, 21 de mayo de 2018

“Agua para todos”


Es el primer domingo de mayo en Tijuana, y en el Monumento a Cuauhtémoc, sobre la avenida Paseo de Los Héroes, las voces que intentan sobrepasar el ruido del tráfico vehicular exigen la liberación de un hombre.
“No más presos políticos”, dice uno de los carteles. Lo sostiene un joven que pisa el borde de la glorieta donde se alza la efigie del tlatoani mexica. En otro, una señora, quizá una madre, quizá una abuela, escribió: “Justicia a León Fierro”.
Los mensajes están dirigidos a Francisco Vega. Al gobernador de Baja California le recuerdan la detención de León Fierro en la ciudad de Mexicali. Policías estatales acusaron al activista de un supuesto intento de asesinato a uno de ellos en una protesta por la defensa del agua a principios de este año. Y aunque su caso se reclasificó como lesiones dolosas, una jueza le dictaminó prisión preventiva por dos meses al considerarlo “peligroso para la sociedad”.
En el Valle de Mexicali, un desierto de películas postapocalípticas, se construye parte de una planta cervecera de la multinacional Constellation Brands. Su puesta en marcha, dicen los habitantes del Ejido Joropo y algunos colectivos ciudadanos, disminuiría el recurso hídrico de la capital bajacaliforniana, concentrado en el río Colorado. Por eso, en un martes de enero, intentaron parar las obras. Pero los hombres con insignias del orden público pusieron sus escudos de plástico frente a ellos mientras las retroexcavadoras abrían la tierra. Allí estaba León, como integrante del movimiento Mexicali Resiste, allí sus acusadores lo vieron subirse a su auto con la intención de embestirlos.
Constellation Brands pone los tubos de extracción de agua porque Francisco Vega lo autorizó, señalan algunos medios informativos mexicanos. Esa autorización también la tienen presente los tijuanenses reunidos el primer domingo de mayo. Al político rodeado de cámaras y micrófonos que niega la figura del preso político en su gobierno, le dejan un mensaje en una manta extendida bajo los pies del monumento a Cuauhtémoc: “Kiko, Tijuana te exige libertad inmediata a León Fierro ¡Agua para todos!”.

lunes, 7 de mayo de 2018

Historia de libreros: El nuevo libro



La librería estaba frente al Coliseo menor, sobre la Carrera cuarta. Se reconocía por su fachada amarilla y la motocicleta de “Servicio a domicilio” estacionada a un costado de la entrada.
La librería se inauguró en 1974, cuando un joven Gustavo Orrego buscó un espacio en Pereira donde sus contemporáneos encontraran lecturas sobre un “momento universal”. En las calles de la ciudad se escuchaba la palabra revolución, y las bibliotecas personales de ladrillo y madera se llenaban con las obras de Marx, Engels, Lenin, Mao Zedong y Jorge Salamea.
El nuevo libro era la novedad en los tiempos de auge de las librerías “pioneras”: La Nogal, en la cuadra del Palacio Municipal, la Rego, cerca de la Catedral, y la Quimbaya, visitada en algún momento por Gonzalo Arango y Germán Arciniegas.
35 años después, en 2009, la palabra novedad se transformó en un “aquí estamos”. Esa era la frase de un Gustavo canoso, que sólo vestía de blanco, cuando caminaba entre las paredes y mesas de libros, La guía eran las flechas colgadas en el techo. Pasaban de la psicología a la literatura, y las ediciones de lujo del Canto general, Hojas de hierba y El Quijote debieron compartir lugar con las económicas de filosofía, las cartillas para colorear, los textos de colegio y los títulos esotéricos y religiosos.
Pero el “aquí estamos” dejó de repetirse, y frente al Coliseo mayor, sobre la carrera cuarta, la novedad de Gustavo de los años setenta dio lugar a otra: Librería nueva época. Por lo menos eso dice el cartel de la entrada al leerlo en este presente.

martes, 17 de abril de 2018

¿Por qué canta Raúl?


Raúl Candelario sube a la tarima y el grupo Radio Guacamaya hace sonar las jaranas.
Frente a él está el público, son unos cuantos necesitados de son jarocho reunidos esa noche de marzo en el bar tijuanense La Antigua Bodega de Papel,
“Venga, venga”, le grita una mujer desde una de las mesas del bar al verlo acercarse al micrófono.
“El viaje de la vida me trajo a la frontera, a California. Vengo de versadores, de bailadores, y a través de la música reviví a mis muertos”.
Su voz es la del mexicano que ha buscado un lugar en el otro lado, también llamado Estados Unidos: cuando pronuncia la “jota”, parece arrastrarla hasta el punto de convertirla en una “ge”.
"Siempre traigo mi jarana, en mis versos soy sincero, en el norte o en el sur siempre canto lo que quiero".
Raúl luce un sombrero de cuatro pedradas de palma de jipi, un símbolo del campesino veracruzano. Él es uno de esos hombres y mujeres cercanos al río Papaloapan hechos “de noche, de cocuyos, de mañanas en torcazas”.
Él es, también, “un cenzontle de sabana”, “un vaquero”, “un pescador en tiempo de agua”. Es quien nació “entre el llano y la sabana, entre ríos y lagunas, loros y caña”.
Así canta su vida Raúl mientras las jaranas de Radio Guacamaya suenan. Cuando baje de la tarima, beberá una cerveza Tecate y le pedirá a los músicos el son El Cascabel.


sábado, 7 de abril de 2018

Historia de un librero en Pereira

Un hombre le vendió a Duván su bliblioteca personal porque los “ángeles” se lo ordenaron en un sueño. Esa colección terminó distribuida en los anaqueles de la Librería Mito.
En casas del centro de Pereira iniciaba la búsqueda de libros. Eran ejemplares exhibidos en una ventana, apilados en un rincón o amontonados sobre una mesa donde parecían montañas de una maqueta cuyo tema pudo ser un paisaje rocoso. A las librerías llegaron novelas con dedicatorias escritas en las portadas o anotaciones hechas en los márgenes de sus páginas. La Mito fue parte de esa ruta lectora de universitarios y románticos del papel amarillo, y Duván, un joven sacado de algún concierto de Sui Generis, se convirtió en su librero.
La Mito inició en 2006, en la casa esquinera de la carrera 5 con calle 26. Duván ofrecía obras literarias de Oveja Negra y Seix Barral, enciclopedias incompletas, ediciones viejas de Selecciones y El Malpensante y folletos para aprender a tejer. Su oficio radicaba en el copyleft, decía, en la distribución libre del conocimiento. Por ello sugería acercarse a autores como Raúl Gómez Jattin, Pablo Neruda o Julio Cortázar a través de audiolibros descargados de internet. También promocionaba el cine documental e “independiente”, y tenía activa una fotocopiadora sobre la cual su gata, Dotora, dormitaba.

Pero en 2009 llegó La Librería Nacional a la ciudad, luego abrió la Panamericana. Apareció un catálogo de novedades editoriales que ilusionó a los lectores pereiranos. Entonces algunas librerías del centro, como La Mito, cerraron, y sus libreros, esos estudiantes de literatura o bibliófilos veteranos, dejaron de comprar bibliotecas personales.

martes, 27 de marzo de 2018

Sones de la guacamaya y del cenzontle

Sobre la tarima del bar La antigua bodega de papel, el grupo Radio Guacamaya afina las jaranas y realiza las pruebas de voz. Los asistentes al concierto son amigos de los músicos y tienen una historia andariega en algún pueblo veracruzano.
Jorge, el guacamayo chihuahense, agradece la compañía del público a pesar de la llovizna que cae sobre Tijuana en esa noche de marzo. En la ciudad fronteriza los verbos llover y escampar resultan inusuales en las conversaciones. y la llegada de una brisa puede significar la cancelación de un partido de fútbol a punto de celebrarse en la colonia.
Pero el rasgueo de las jaranas y el punteo del requinto y la leona no esperan el vaticinio del meteorólogo. Tampoco el zapateo de la bailadora, el cascabeleo de la quijada de burro y el “ponch” del marimbol. Las tonadas de El bajalú, El cascabel y Los chiles verdes aparecen. Las voces de Ricardo, Marco, Jorge, Adriana, Nessbi y Edna se celebran con los gritos de guerra jarochos. En el bar se escuchan los “eso”, los “venga, venga”. los “juy”.
Marco, el guacamayo de Guerrero, habla de la poesía del son, la “gente sonera” narrando historias del campo sureño. También menciona el Fandango Fronterizo, la fiesta anual de los jaraneros de San Diego y Tijuana que reunidos en el muro cruzan cantos entre Estados Unidos y México.
Un versador sube a la tarima al ser llamado por Jorge. Raúl Candelario dice ser el vuelo del cenzontle que llegó a la frontera acompañado por su jarana, y para volver a sus tierras del sur sube el tono de su voz y declama: “Nací a la espalda de Los Tuxtlas, entre el llano y la sabana, entre ríos y lagunas, loros y cañas, y tal vez fue la cuna con bejuco amarrada, donde mi madre jarocha versos me cantaba.”

La bamba es el cierre. Radio Guacamaya entona el son del hasta luego en un fandango, es el final necesario del rito musical, y en el bar todos corean la misma promesa de naufragio nacida en algún lugar de Veracruz: “yo no soy marinero, por ti seré, por ti seré, por ti seré.”

jueves, 22 de marzo de 2018

Esperando las quecas


“A quince las quesadillas, joven”.
Decía la señora cuando un comensal en potencia se acercaba al comal de su puesto de garnachas, allá en la Colonia Tránsito, allá en Ciudad de México.
Con dos monedas, con casi un dólar, la señora fritaba un corte de bistec generoso y dejaba caer una tira de queso oaxaca sobre la tortilla de maíz a punto de dorarse.
”Ya se la preparo, joven”, alertaba al impaciente con su voz de pajarito mientras encendía el televisor esquinero y le pedía a su hija acomodar la antena. Por la mañana veía telenovelas, por la tarde sintonizaba los noticiarios. Nunca se quitó el mandil y exponía en un recipiente las gorditas preparadas como si fueran el orgullo de la casa.
“El jugo de naranja también a “quince, joven”.
Para la señora cualquier persona era joven. Sus clientes habituales: el grupo de mecánicos que tenía un taller al lado de su puesto de garnachas, los conductores de camiones de fletes estacionados en la calle, los habitantes de una vecindad cercana.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Calacas


Olvidamos la mirada del hacedor, sus muecas, el sonido de sus palabras. Olvidamos su nombre, poco nos interesa esa designación caprichosa al entregar un juego de llaves o una taza de café.
Recurrimos al movimiento de sus manos. Detallamos las hendiduras de la piel, los destinos cruzados en las líneas de las palmas, los rostros de ancianos formados en las articulaciones de los dedos. En una de sus muñecas cuelga un ojo de venado. En la otra se aferra un reloj de pulsera sin manecillas. Sobre la mesa de trabajo reposan los palillos de madera y los vaciadores. Serán el trazo, el orificio, la cicatriz, la carga de la muerte en los pómulos del barro inicial, esa posibilidad del todo.
Con los pulgares hundidos aparecen las cuencas de los ojos y la profundidad del mentón. La dentadura rechaza el disimulo de la carne. Es la carcajada, quebrante del silencio en un cementerio, la burla hacia las fotografías escondidas en cajones o los retratos empolvados bajo las mantas. El hacedor moja los pinceles en las pinturas de acrílico. Por eso los bigotes revolucionarios, los tatuajes de flores, las enredaderas de plantas, las cejas unidas. Y luego las calacas esperan al doblar la esquina, apretujadas en un manel extendido cerca de un semáforo o en una tienda de recuerdos. Allí las encontramos, y sabemos cuál es la nuestra. Solo con tomarla recordamos un elote con chile y mayonesa, el recorrido por una feria, la máscara de Mil máscaras, el sonido de un violín, las décimas de un son. Cada memoria reunida en una calaca, el ofrecimiento de un punto de reencuentro cuando estemos en casa y demos forma a las manos que moldearon el barro.

jueves, 1 de febrero de 2018

Leyes físicas


El niño lanza una piedra hacia el cielo. Quiere observar el recorrido que realiza al elevarse, desaparecer de la vista y luego volver como un meteorito de fin del mundo. En el colegio, un profesor con plan de trabajo anticipado le hablará de las leyes físicas. Por lo tanto, lanzar una piedra significa lanzar una piedra. Con la instrucción el niño aprende que las piedras solo son útiles para hacer casas y caminos, pues en el cielo las normas son estrictas.

lunes, 22 de enero de 2018

Dónde están los Aletrados


Escuchamos la emisión de la CILE.  Es casi medianoche y recordamos ciertas situaciones. Acá transcribimos lo que dice la voz inolvidable, la voz integradora y desinfectada del Informante:
“Faltando menos de media hora, anuncio la planilla de interés. Sabemos que este proyecto es imperante para establecer la salud mental de los ciudadanos. Damos a conocer 80 unidades problemáticas por día. Pronto serán limpiadas e integradas.
Si usted, Aletrado, escucha este mensaje, congratúlese, entrará a nuestro programa social. Somos pacientes con la contradicción. La CILE está presente y es rigurosa. Una minoría no podrá acusarnos de desaparición. La política de transparencia del Gobierno Central hace uso de los medios para informar sobre los faltantes por dar de alta.
Damos entonces la lista de aquellas 80 unidades problemáticas. No se preocupen en salir de las casas, ni en recibirnos en la puerta. Ya lo saben radioescuchas, al señalarlos, solo es cuestión de segundos. Ya estamos en el lugar.
Iniciaré con las categorías ilegales. Primero los pregoneros literarios y los musicalistas. Luego, los traficantes de vocablos. Terminaré con los casi extintos defensores de la tradición oral.”
Hasta ahí las palabras del Informante. No daremos información de los acusados. Algunos de nosotros no pueden sobrellevarlo aún. Recuerdan esa noche cuando un padre, una madre, un abuelo o hermana los observaba al escuchar su nombre y ver una unidad de la FUR entrando en la casa. Ninguno podría escapar después del anuncio de la lista. Optamos por la clandestinidad. La memoria de estos tiempos es nuestro objetivo. Lo que ahora está pasando en alguna parte de la ciudad debe escribirse.