Existe una caja sellada sobre cualquier
mesa. Preguntarse por el
contenido en su interior es entrar en problemas mitológicos
cuando una Pandora repite en vano “la curiosidad mató al gato” y rasca su
cabeza,
recordando tiempos rotos al lado de Prometeo. Pero esta caja de madera, tan
simple que llama la atención, no se hizo para estar cerrada. Alguien necesitado
rompe
sus sellos
como misterio y… bueno, la sorpresa al abrirla es un fondo vacío, una paciencia muerta, una forma de gastar la imagen de objeto oculto sin
querer aparecer.
Habrá pensado en una
caja de monerías repleta de hojas secas, fotografías de uñas, recortes de periódicos sobre
coincidencias en gazapos o cartas olvidadas que un amigo del servicio de
mensajería le regala. Habrá pensado en ello y se siente decepcionado al no
hallar esas
prioridades. Quizá supone un doble fondo. Espera
encontrar un compartimiento oculto a la vista y lógica de quien piensa en cajas y objetos conformes. Es una lástima: en esta oportunidad
no asoma
el
atino del
secreto bien guardado.
Mejor
dejar el lloriqueo, será posible volver a intentar en otra caja sellada y así dar con una mínima seña de esas monerías
suyas fugadas. Mejor dejar el lloriqueo y continuar pronto la búsqueda, podría
aparecer
una persona que le reproche su
irresponsabilidad al permitir monerías en la
intemperie,
como si fuera un agrado tenerlas cerca al ser ajenas.
Tu texto me ha hecho recordar una situación real. Un día de lluvia, iba caminando yo por un barrio no muy concurrido de Buenos Aires y en el bordillo vi una caja que parecía ser muy antigua. La tomé y cuando quise abrirla, no pude pues estaba cerrada con llave, pero se notaba que contenía algo. En casa la abrí y sólo había un rejunte de objetos inservibles, pero el misterio que se apoderó de mí hasta abrirla, fue casi insostenible.
ResponderEliminarCreo que es la curiosidad que siempre nos acompaña.
Un abrazo.
HD
Así es Humberto, es imposible de dejar a un lado a la curiosidad. Si pudieramos qué gracia tendría encontrar algo desconocido.
EliminarEs difícil expresar el valor de los recuerdos ajenos, ese montículo de incógnitas que encontramos a veces (a la muerte de un familiar, por ejemplo, en su casa) en un cajón... Este relato expresa muy bien esa sensación de "ajenidad".
ResponderEliminarBesos
Bueno Susana, cada uno tiene sus lugares para guardar sus objetos más íntimos, sea un juguete o una carta de amor. Mejor, uno guarda sus recuerdos. Y tienes razón, uno supone que es algo importante para otros, pero el valor no lo sabemos. Abrazos.
EliminarYo tengo muchas cajillas...existen las que he dejado olvidadas y cuando las llego a encontrar no sabes la sorpresa! :D saludos primo guaperrimo colombiano jaja :P
ResponderEliminarAh Caray Prima, en una de ellas habrà un trèbol de cuatro hojas y miles de alebrijes. Saludos Señorita.
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