Ponga el reloj de arena sobre una mesa
fuera de la casa. Luego siéntese, mirando hacia la calle. Ahora voltee el
reloj. Vea al hombre apurado, a la mujer contando arepas en la tienda esquinera,
a los niños jugando fútbol en un antejardín, a la fila de parejas en la
heladería. Vea al perro, al camión de la basura, a los mecánicos bostezando, al
vendedor de hojalata… Una tarde cualquiera en un barrio pereirano corre mientras
la arena cae, corre grano por grano y usted mueve sus dedos sobre la mesa en un
galope de carrera, observa el cubo de cristal a punto de vaciarse. Debe voltear
el reloj, otra vez, sin espera. Mire a las personas: presionan su pecho como si
algo fuera a salirse. Sabe que están preocupados.
¡Bienvenido de nuevo al mundo bloguero!,leo con alegría que las vacaciones han servido para engrasar la máquina y ver caer la arena de este reloj, que no hace tic-tac, pero la caída de sus granos también nos recuerda el paso del tiempo.
ResponderEliminarSaludos y gracias por tu visita al gofioconmiel
Gracias Gloria por la bienvenida. Esperemos que el reloj no deje de caminar; sería extraño que de un momento a otro paráramos las acciones sin saber por qué pero teniendo conocimiento de ello.
EliminarTempus fugit... Qué bien has logrado reproducir esa doble sensación de tiempo huidizo y tiempo paralizado que tenemos a veces. Con tu permiso, lo llevo a FB.
ResponderEliminarAbrazos
Puedes llevártelo Susana al carelibro. Claro. La idea era que de alguna manera el reloj fuera un objeto mágico que diera movimiento a este lugar, a la Colonia Tránsito. No es muy original, pero bueno, a uno se le ocurre repetir. Abrazos.
Eliminarjajaja yo quiero hacerlo!
ResponderEliminarLo puedes hacer prima. En el periódico, podría ser n buen experimento. Ver qué pasaría con Sergio. Saludos.
EliminarGracias Ludu.
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