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viernes, 25 de octubre de 2013

Anuncios como recuerdos



Desaparecen los tiempos de puntos suspensivos y globos de palabras. En el Zócalo una serpiente de voces interpreta el enojo. Llega, también, el sueño solar, y sobre las fachadas de la catedral  y los edificios que parecen un dibujo en papel, la luz intenta sostenerse ante la sombra reptante. Es el susurro iluminado, calienta el rostro y atrae; busca, indaga, devela las efigies citadinas y poco a poco se pierde en una calle. Presenciamos el fin del atardecer.




En un julio remoto están las personas. Esperan el alzamiento de la gran ciudad bajo la temporalidad de concreto y fibra óptica. Las baldosas de la plaza se quebrarán y surgirá la ira antigua y propia; una imaginación colectiva anunciada en el valle de volcanes y en el gran lago. Ahora están ellos en perfiles de arengas y pancartas, necesitados de otro ritmo. Desafían demonios, vierten un acto honroso, un hecho, también, de impulso, palabras y eco, el grito y la comunión para ejercitar un derecho que desaparece.



En el Zócalo de Ciudad de México no son multitud, no son masa informe. Pero los símbolos de la gran serpiente bajan por las calles y se alejan con la tarde. Sólo quedan fotografías de turista y anécdotas entre conversaciones de la misma realidad.