Desaparecen los tiempos de puntos
suspensivos y globos de palabras. En
el Zócalo una serpiente de voces interpreta el enojo. Llega, también, el sueño
solar, y sobre las fachadas de la catedral
y los edificios que parecen un dibujo en papel, la luz intenta sostenerse ante la sombra reptante. Es el susurro iluminado,
calienta
el rostro y atrae; busca, indaga,
devela
las
efigies citadinas y poco
a poco se pierde en una calle. Presenciamos el fin del atardecer.
En el Zócalo de Ciudad
de México no son
multitud, no son
masa informe. Pero los símbolos de la gran serpiente bajan por las calles y se alejan con la tarde. Sólo quedan fotografías de turista y
anécdotas entre conversaciones de
la misma realidad.