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jueves, 30 de abril de 2015

Pacto de raíz

Martín sostuvo la moneda con sus dedos índice y pulgar. Extendió el brazo y giró su cuerpo dándole la espalda a la ventana. La luz que entraba en la habitación iluminó el grabado de la mujer guerrera, los caballos alados en un trote por el cielo, el sol desprendido de su centro, abarcando el contorno entero del círculo metálico donde existía.
-Es tuya dijo el abuelo–. Alguien me la dio hace muchos años. Ahora te la entrego.
Martín se sintió como un recuerdo, no como el heredero de un objeto alejado de su origen, aunque eso no mitigó su responsabilidad: debía buscarle un refugio hasta que llegara su turno de entregarla. Imaginó innumerables abuelos y nietos pasando de mano en mano a esa mujer guerrera, imaginó tantos dedos tocándola, gastándola, eliminando así la posibilidad de continuar ese largo impulso sanguíneo, la existencia del peso en el cuerpo sugiriendo un encuentro similar.
-No la olvides... murmuró el abuelo. El sonido de un claxon entró en la habitación, desvaneciendo esa súplica final. No pudo abrazarlo, no pudo jurarle que no habría forma de olvidarla, entonces la guardó en una caja escondida detrás del clóset, donde escribió el nombre del poseedor anterior. Se acomodó la corbata y el saco y bajó. Sus padres esperaban silenciosos dentro del auto.

No la olvides, recordó las palabras mientras la ciudad quedaba atrás y un paisaje de árboles se imponía. No la olvides, presintió el miedo por algo roto. Pero la sabía segura, alejada de otra intención aparte de ser entregada en su momento, y se llenó de un pacto de raíz, de soporte familiar, un legado para ser más que hijo o abuelo o padre o nieto. “No la olvides” se dijo y decidió mejorar el escondite tan pronto su madre dejase de llorar y tuviera la oportunidad de despedirse, después de leer el epitafio y llevar las primeras flores.

miércoles, 15 de abril de 2015

REC

Mi abuela no desprendió la mirada de la lucecita roja.
=Son botones y brillos diciendo qué hacer -dijo para tragarse el disgusto por un paso más de la tecnología.
–Es la cámara –resalté, tratando de restarle interés al tema.
–¡Ah!, el aparatejo.
El “aparatejo” lo traía conmigo pensando hacer un video con la abuela. Una idea tipo documental para la familia, donde registraría el inicio de árbol genealógico. Sería la memoria de esa mujer con algo de Homero y juglar vallenato recorriendo el mundo. Así que en una de las muchas visitas anteriores le propuse filmarla y ella supuso un augurio: “Por qué tenerme en una pantalla si aún puedo despertar”. Pero el día que no desprendió la mirada de la lucecita roja calló sus maldiciones y dejó correr su voz de mañanas junto al café, se acomodó en el sillón y me observó.
–Está bien, Luis –dijo–. No lo apagues.

La abuela volvió al buque que alguna vez admiró en Buenaventura. Yo apreté REC.