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viernes, 15 de marzo de 2013

Olvidos


Padezco el olvido. Me pierdo entre edificios y estaciones del metro. No recuerdo calles o puestos de comida rápida. A veces no llego a casa y busco un hotel para pasar la noche. También sufro con las cifras telefónicas. Es difícil contactar a mi novia cuando me atrapa este desconcierto, y ahí estoy, en medio de una manifestación de trabajadores mal pagados, intentando reconocer el celular, adivinando una numeración y un abecedario que no es el de la escuela.
En algún evento conocí a una colega que equivoca los sonidos. Al oír una voz aflautada piensa en el motor de un Nissan Tsuru modelo 98. Por el problema ha terminado en el aeropuerto en vez de la imprenta donde trabaja. Su familia le regaló un reproductor de MP3 cargado de audios básicos para evitarle confusiones. Así busca la referencia sonora necesaria. Puede demorar en hallarla, pero desiste en tararear Tiahuanaco al sintonizar la radio en la transmisión de un partido amistoso entre Guyana y Barbados.
Mi padecimiento es sencillo, dice ella, comparado con el suyo. Me aconsejó anotar en papeles los números, nombres y direcciones importantes. Aunque yo no le confié toda la verdad. Lo mío es complicado. Si olvido es porque confundo. Una letra puede ser otra, la Z, una E, el número 4567, un 3. Quizá es una deficiencia visual. En ocasiones me hago el ciego y le pido ayuda a cualquier persona. Entonces, escuchando, Bolívar es en realidad Allende y Pereira es Ciudad de México. Así desaparece el sentimiento de abandono, y por una acción de lo posible llego a casa y le escribo a mamá. Le cuento cómo me ha ido en el trabajo antes de iniciar las correcciones de los manuscritos.