Raúl
Candelario sube a la tarima y el grupo Radio Guacamaya hace sonar las jaranas.
Frente a él
está el público, son unos cuantos necesitados de son jarocho reunidos esa noche
de marzo en el bar tijuanense La Antigua Bodega de Papel,
“Venga,
venga”, le grita una mujer desde una de las mesas del bar al verlo acercarse al
micrófono.
“El viaje
de la vida me trajo a la frontera, a California. Vengo de versadores, de
bailadores, y a través de la música reviví a mis muertos”.
Su voz es
la del mexicano que ha buscado un lugar en el otro lado, también llamado
Estados Unidos: cuando pronuncia la “jota”, parece arrastrarla hasta el punto
de convertirla en una “ge”.
"Siempre
traigo mi jarana, en mis versos soy sincero, en el norte o en el sur siempre
canto lo que quiero".
Raúl luce
un sombrero de cuatro pedradas de palma de jipi, un símbolo del campesino
veracruzano. Él es uno de esos hombres y mujeres cercanos al río Papaloapan
hechos “de noche, de cocuyos, de mañanas en torcazas”.
Él es, también,
“un cenzontle de sabana”, “un vaquero”, “un pescador en tiempo de agua”. Es
quien nació “entre el llano y la sabana, entre ríos y lagunas, loros y caña”.
Así canta
su vida Raúl mientras las jaranas de Radio Guacamaya suenan. Cuando baje de la
tarima, beberá una cerveza Tecate y le pedirá a los músicos el son El Cascabel.