En
México sería un vocho, en Colombia, un pichirilo. Lo cierto es que ni la física
o la geometría de los espacios es un problema serio como sí lo es la
cordialidad al introducir cinco elefantes en un auto compacto.
Digamos
pichirilo, digamos que momentos así son tristes en la investigación empírica. Y
aunque los interesados en acomodarse dentro del carro resultan ser generosos
paquidermos, la cosa se pone color de hormiga si no dejan tanta decencia y los
continuos permisos a su compañero, pues los elefantes son un despilfarro de educación
ante el ceder sus lugares en el cine, en un auto o en las filas de
degustaciones gratis en supermercados. Por lo que para enfrentar el “de ningún
modo pase usted primero no faltaba más ¡caray cómo cree! no tiene que darme las
gracias” (los elefantes no utilizan comas al hablar) es aconsejable
documentarse sobre leyendas urbanas.
El
animoso por ver a una quinteta de trompudos ocupando sus lugares en el pichirilo
(tres atrás, dos adelante, aclaro para quienes han viajado en taxi Tsuru por
Veracruz y creen que todo mamífero con licencia de conducción mete cuatro
sujetos adelante) acudirá a la búsqueda de un ratón, esperando que este sea el
juez, luego de convencerlo con un soborno meticuloso de fruta y queso, según
las leyendas urbanas, que decida el orden de entrada. Aunque ya con uno en el
interior el resto agradece la ayuda y tras un razonamiento envidiable se
enumeran para ocupar lugares. Así los tiene felices en su vocho o pichirilo,
haciendo una invitación al ratón para que sea parte del grupo viajero hacia
Turbo o San Agustín. Pero si pretenden acomodarlo deben abrir un espacio donde
el proactivo roedor esté tranquilo, sin ningún riesgo de aplastamiento, los
elefantes son grandes y robustos, ellos no lo niegan. Entonces mejor pensar
cómo ocupar espacios y de allí que entre risas y espaldarazos decidan bajar del
auto compacto, estimulando un diálogo sobre el confort de los viajeros sin
perder la compañía del nuevo integrante.
He
aquí a las cordialidades repitiéndose y a un ratón aceptando la falta de buenos
modales entre los suyos.