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miércoles, 18 de julio de 2012

Problemas de la cordialidad

En México sería un vocho, en Colombia, un pichirilo. Lo cierto es que ni la física o la geometría de los espacios es un problema serio como sí lo es la cordialidad al introducir cinco elefantes en un auto compacto.
Digamos pichirilo, digamos que momentos así son tristes en la investigación empírica. Y aunque los interesados en acomodarse dentro del carro resultan ser generosos paquidermos, la cosa se pone color de hormiga si no dejan tanta decencia y los continuos permisos a su compañero, pues los elefantes son un despilfarro de educación ante el ceder sus lugares en el cine, en un auto o en las filas de degustaciones gratis en supermercados. Por lo que para enfrentar el “de ningún modo pase usted primero no faltaba más ¡caray cómo cree! no tiene que darme las gracias” (los elefantes no utilizan comas al hablar) es aconsejable documentarse sobre leyendas urbanas.
El animoso por ver a una quinteta de trompudos ocupando sus lugares en el pichirilo (tres atrás, dos adelante, aclaro para quienes han viajado en taxi Tsuru por Veracruz y creen que todo mamífero con licencia de conducción mete cuatro sujetos adelante) acudirá a la búsqueda de un ratón, esperando que este sea el juez, luego de convencerlo con un soborno meticuloso de fruta y queso, según las leyendas urbanas, que decida el orden de entrada. Aunque ya con uno en el interior el resto agradece la ayuda y tras un razonamiento envidiable se enumeran para ocupar lugares. Así los tiene felices en su vocho o pichirilo, haciendo una invitación al ratón para que sea parte del grupo viajero hacia Turbo o San Agustín. Pero si pretenden acomodarlo deben abrir un espacio donde el proactivo roedor esté tranquilo, sin ningún riesgo de aplastamiento, los elefantes son grandes y robustos, ellos no lo niegan. Entonces mejor pensar cómo ocupar espacios y de allí que entre risas y espaldarazos decidan bajar del auto compacto, estimulando un diálogo sobre el confort de los viajeros sin perder la compañía del nuevo integrante.

He aquí a las cordialidades repitiéndose y a un ratón aceptando la falta de buenos modales entre los suyos.

miércoles, 11 de julio de 2012

Hojas en blanco

A veces, entre las páginas de los libros, hay hojas en blanco. No están ahí cuando se busca un ejemplar solo por indagar si existe,  o para catalogarlo en la sección sobre Literatura Universal o Manuales de Supernovas de una biblioteca; no están cuando se hojean sin otro interés al de encontrar una frase. Están cuando se leen, cuando las letras pasan a ser conjuro de voz y hay personas escuchando, entusiasmadas, pensativas, meditabundas, somnolientas de tanto Doctor en Estructuralismo analizando novelas mexicanas frente a un público de cabeceos regulares. Ahí, en tal punto de premura, el experto halla las hojas, que desde hace media hora ha querido encontrar, brotando del libro y tomando posesión de cada palabra. Entonces la lectura se desprende con un hipo y hay  un joven caminando hacia un pueblo fantasma en busca de un padre, y lo recuerdan, y lo presienten, y lo creen íntimo y es eso lo que es el público cuando oye aquellos rumores de historias lejanas.