Bien podría ser
consulado mundial. No hay nacionalidad de privilegios, y coleccionar sellos migratorios
implica entrar en un juego de libretas para nómadas, lleno de letras
confundidas sobre un espacio de ojos y café con horas de insomnio. Plaza y
callejuela, ciudad momentánea de reloj rígido, barca políglota, abecedario
cosmopolita.
Torre de Babel.
De una silla a otra
salta el español y será portugués. Dejo atrás las costumbres de ministerios y la
economía nacional como sombras
despegadas
del cuerpo. Día de nacer en la patria de la espera hacia el cielo, cuando especímenes de migración
revisan libretitas con nombres y escudos. Me apartan de la realidad con
estandarte y geopolítica. Aquí no tengo país y el niño que era USA juega
conmigo.
Busco el vuelo hacia
Costa Rica y pienso en la vacuna contra una fiebre de color alucinante. Pero los
transbordos tienen su constitución y la visa es mi origen y destino. Consulados
de país en país de tres horas donde pregunto a un salvadoreño en Bogotá y en San
José un chino lo repite: ¿This is the room? –his question - ¿Where are you
going to go? –my question - To Mexico –his answer - yes, it is the room –my
answer.
Fiesta de pasillos,
economía básica, durmientes en esquinas. En México alguien de California a Panamá,
de Quito a Monterrey. Hay una carrera de maletas con destino Cuba. Lejos se despiden de la ciudad de
estrellas bajo sus pies. Room 15 o 32 en el pasaje; villa atemporal.
Podía ver a cada
persona recorrerlo, como lo he recorrido, en la fatalidad de no ser migrante
por completo. Vivo en una nación fragmentada, pertenece a todos y a nadie.