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jueves, 28 de junio de 2012

Hechizo


Martín, en el último madero de la biblioteca, sobre una caja de zapatos, envuelto en papel celofán, encontrarás un reloj de arena. Olvida al anciano que cuidas mientras su familia aventura un paseo dominical. Ellos necesitan libertad, y tú eres el elegido para compartir el mutismo de ese patriarca ausente.
Pero olvídalo, busca el reloj. Busca una butaca en la cocina, aparta la caja de zapatos, toma esa pieza nada común fuera de una película fantástica, desenvuelve el celofán y dirígete hacia la sala donde el “vegetal”, como lo llamas, no objeta tu interés por ver en televisión el resumen futbolero.
Detalla los adornos en bronce de la estructura: el signo infinito grabado en los bordes del cristal que contiene aquellas partículas lejanas. No escuches al comentarista rabiar tras una falta dentro del área. No le prestes atención a la agitación del anciano cuando la arena llega a la boquilla y empieza a filtrarse. Quizá piensas en los días universitarios unidos a esa caída, en una novia, tal vez la primera, en la familia, en alguna discusión, en la casa, en un recuerdo de infancia. El tiempo pasa, Martín, lo sé, en él perdemos todo. Ahora intentas deletrear tu nombre mientras el desierto encapsulado lo cubre. Al descender el último grano mira el reloj sin pestañear, otórgame ese capricho, y voltéalo, reinicia su labor.
Escucha, ¿puedes?, el comentarista canta un gol. Ahora cambiaré de canal.

sábado, 16 de junio de 2012

Caja de monerías

Existe una caja sellada sobre cualquier mesa. Preguntarse por el contenido en su interior es entrar en problemas mitológicos cuando una Pandora repite en vano “la curiosidad mató al gato” y rasca su cabeza, recordando tiempos rotos al lado de Prometeo. Pero esta caja de madera, tan simple que llama la atención, no se hizo para estar cerrada. Alguien necesitado rompe sus sellos como misterio y… bueno, la sorpresa al abrirla es un fondo vacío, una paciencia muerta, una forma de gastar la imagen de objeto oculto sin querer aparecer.

Habrá pensado en una caja de monerías repleta de hojas secas, fotografías de uñas, recortes de periódicos sobre coincidencias en gazapos o cartas olvidadas que un amigo del servicio de mensajería le regala. Habrá pensado en ello y se siente decepcionado al no hallar esas prioridades. Quizá supone un doble fondo. Espera encontrar un compartimiento oculto a la vista y lógica de quien piensa en cajas y objetos conformes. Es una lástima: en esta oportunidad no asoma el atino del secreto bien guardado. Mejor dejar el lloriqueo, será posible volver a intentar en otra caja sellada y así dar con una mínima seña de esas monerías suyas fugadas. Mejor dejar el lloriqueo y continuar pronto la búsqueda, podría aparecer una persona que le reproche su irresponsabilidad al permitir monerías en la intemperie, como si fuera un agrado tenerlas cerca al ser ajenas.

martes, 5 de junio de 2012

Cae la arena del reloj en un barrio pereirano

Ponga el reloj de arena sobre una mesa fuera de la casa. Luego siéntese, mirando hacia la calle. Ahora voltee el reloj. Vea al hombre apurado, a la mujer contando arepas en la tienda esquinera, a los niños jugando fútbol en un antejardín, a la fila de parejas en la heladería. Vea al perro, al camión de la basura, a los mecánicos bostezando, al vendedor de hojalata… Una tarde cualquiera en un barrio pereirano corre mientras la arena cae, corre grano por grano y usted mueve sus dedos sobre la mesa en un galope de carrera, observa el cubo de cristal a punto de vaciarse. Debe voltear el reloj, otra vez, sin espera. Mire a las personas: presionan su pecho como si algo fuera a salirse. Sabe que están preocupados.