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viernes, 30 de octubre de 2020

Para nunca olvidar


Imagine una voz que surge de la oscuridad. Le dice, le ordena, caminar por la carretera y subir a una camioneta. La voz proviene de un lugar iluminado por una lámpara baja, y lo único visible es la boca de un fusil. Usted no sabe dónde está el miedo, no comprende por qué debe subir a la camioneta, junto a sus compañeros. Intenta descifrar alguna palabra, pronunciar un nombre, encontrar su hogar en la lejanía. Pero ha leído noticias poco alentadoras y se pregunta qué lo llevó a esa situación, si alguien lo buscará luego y pegará su fotografía en las paredes de la ciudad.

Imagine, trate de imaginar, a una madre y un padre en una estación policiaca, frente a un funcionario público. Preguntan por un hijo o una hija a las dos de la mañana. Les llegó el rumor, y luego la certidumbre, de disparos en la carretera, de jóvenes detenidos y trasladados en una camioneta sin número de placa. El funcionario no los mira mientras se estira en su silla, y les dice que en ocho horas llega el delegado, lo pueden esperar, si quieren.

Imagine, dos o tres años después: una madre y un padre marchan por las calles de la ciudad, junto a otras madres y otros padres. Sus camisetas tienen estampados los rostros de los jóvenes que salieron una noche y no regresaron a casa. Alzan y sostienen carteles con nombres y edades y frases de espera y nunca olvido. Cuántas fotografías habrán pegado en las paredes, cuántas estaciones policiacas habrán visitado, solo para observar cómo alguien detrás de un vidrio y con una placa levanta los hombros y dice: “Algo habrá hecho”.

















lunes, 13 de julio de 2020

Habitantes de la niebla



Habitantes de la niebla Atotonilco es una localidad del municipio de Calcahualco. Está a 2200 metros sobre el nivel del mar, en la región montañosa de Veracruz. Sus casas se levantaron a un lado del río Jamapa, y sus caminos inclinados conducen a un bosque de pinos. En las mañanas recibe las corrientes de aire frío provenientes del volcán Citlaltépetl, también conocido como Pico de Orizaba.

En diciembre de 2010 visité Atotonilco. Acompañé una comitiva de la asociación ‘Vecinos y amigos del medio ambiente y patrimonio cultural’ cuyo trabajo en sustentabilidad se enfoca en las cuencas del Metlac y Jamapa. Mi interés en el viaje era periodístico. Trabajaba como reportero en El Mundo de Córdoba y me habían encargado realizar una crónica acerca del proyecto ecológico iniciado entre las personas de la localidad, los llamados habitantes de la niebla.

La venta de carbón, madera de pino y el turismo son los sustentos económicos en Atotonilco. Un campesino, Luis Jerónimo Bayona, me habló de la reforestación continua de pinos impulsada por ciertos investigadores en 1995, porque el cauce del Jamapa había disminuido. Un subagente municipal, Marcos Contreras, me habló de la “convicción de mantener limpios los lugares ambientales”, y aseguró que al recorrer los caminos encontraría cestos de basura en los costados.

Los habitantes de la niebla construyeron cabañas hoteleras, abrieron un balneario de aguas termales y trazaron senderos ecológicos. Ese diciembre, junto a la comitiva de ‘Vecinos y amigos’, se reunieron en un puente de madera que cruza el Jamapa y cantaron villancicos y agradecieron la existencia del río. También se reunieron en un campo abierto y charlaron sobre el cuidado comunitario de la naturaleza. Hubo muchos aplausos y vivas. Pero antes de culminar las participaciones, una anciana tomó el micrófono y dijo sentirse triste por el poco respeto hacia la madre tierra, hacia el agua, hacia las montañas. Sus últimas palabras fueron el silencio que todos habíamos omitido: “el mundo se está muriendo”.








martes, 9 de junio de 2020

El acordeón y Celso Piña



Celso Piña interpretó en Tijuana la ‘Cumbia sampuesana’. El sábado ocho de octubre de 2016, el hombre del Cerro de la Campana de Monterrey lanzó el tema final de su repertorio. Aquella música repetía el intento de José Joaquín Bettín Martínez por imitar con su acordeón el titilar de las luciérnagas que observó una noche de 1952, en un pueblo colombiano llamado Sampués.

Ese día de octubre de 2016, casi 42 mil personas bailaron hasta los silencios del mayor de los hermanos Piña. En la explanada del Centro Cultural Tijuana, su agrupación Ronda Bogotá abrió con la guacharaca ‘La cumbia sobre el río’ y ‘La cumbia campanera’. Aunque la guacharaca también dio entrada a los violines de la Orquesta de Baja California, y las melodías y ritmos saltaron de los instrumentos como si las cosas necesarias para vivir solo se nombraran por medio de la cumbia.

Celso Piña es el rebelde del acordeón. Su música tiene origen en las canciones de los Corraleros de Majagual de la década de los setenta. Celso Piña escuchó los sonidos del Caribe colombiano a través de Alfredo Gutiérrez (el monstruo del acordeón), Aníbal Velázquez (el bárbaro del acordeón) y Andrés Landero (el rey del acordeón). Su primer disco lo grabó en 1982 bajo el sello Peerless, y el más sonado en los centros cumbieros de México lo lanzó en 2001, es el ‘Barrio bravo’. En el festival Entijuanarte, ese día de octubre de 2016, cantó hasta las mañanitas. Dijo que Gabriel García Márquez alguna vez le pidió interpretar ‘Macondo’, del peruano Daniel Camino Diez, en todo lugar al que llegara, “donde quieras que te pares.” Y Celso Piña iba a pararse de nuevo en Tijuana en septiembre de este año. Traería su acordeón y la Ronda Bogotá para que los cumbieros cantaran y bailaran la canción de los Buendía. Pero el joven regiomontano de 66 años nos dejó hace tres meses, cuando aún planeaba viajar a cada rincón del mundo para llevar su arte poética, la ‘Cumbia poder’.