Desde el bolsillo de mi camisaalguienme dice que es insensato
escuchar la vozde
quien vive en un bolsillo.
Es preocupante.Espero no enfrentar tal situación. Ojalá no me ignoren si alguna vez me da por repetir semejante
disparate.
El afán por la primicia distinguía a los
redactores del diario. Poco ético dejar escapar un estornudo en un patio o la
llegada de Miguel Zamora a la estación Insurgentes un miércoles 23 de
septiembre de 1991. Presidente o Ministro no sólo eran política, también una
videografía completa sobre Dick Tracy
o las llamadas erradas a la tintorería pensando en la casa de campaña. En el formato
universal fue posible entregar la ciudad entera, desde sus millones de
calcetines hasta las reformas denegadas en 1984. Así se dio el empeño, letras
en moldes impregnadas en el diario, periodistas felices con sus ejemplares, era oficio en una gran página negra
por tanta explicación
de hechos seguidos y sin descanso, lado por lado,
claro está.
Agradezco su labor al
reconocer en los ejemplares los avatares de la ciudad. El esfuerzo por mostrar lo que somos merece
honores. Junto a ustedes esperaré a ver cuándo pasa algo publicable.
Infalible.
No había otra manera de calificar al corrector de estilo del diario. Fue
literal, llevó a los límites el objetivo de eliminar cualquier vestigio
ortográfico que corrompiera la depuración del lenguaje y atrajera el ánimo crítico
entre lectores. Trabajo lleno de orgullo cuando al recibir el ejemplar un
entrometido lingüista, triste dejaba sus lentes y bolígrafos rojos al no
encontrar irregularidades ante una página intachable en blanco.
Hacer
un cuento donde no hay historia. En cualquier momento salta y reclama una
propia identidad, cualquiera. Si no existe, ¿por qué se escribe él mismo? Antes
de iniciar el juego-puzzle, ¿por qué se piensa un cuento como tal?
Es
un gran esfuerzo: perseverar en cada letra en un intento por hallar su cabeza.
Historia no contada pero existente, con gestos bipolares y dedos chuecos por
falta de pretensión. Y ahora importa poco; cuento afligido con inquietudes de
escéptico, mira a otros de su calaña arrastrar las colas de puntos
suspensivos. Mejor no dar tanta lata y dejar que la jaqueca pase sin esas
artimañas llamadas aspirinas.