Para quien pueda volver
a leer:
Redacté el artículo. El editor lo leyó, arqueó
las cejas,
y con la boca abierta juntó los dientes. Tomó su tiempo para decirme que en el periódico nadie
quería tener problemas por las próximas ediciones. Me habló como un padre que le
expresa su cariño a un chico antes de abandonarlo.
Esperé la noche en la sala de redacción. Tomé un tinto (“tinto”, ya no tendrá sabor la palabra) y hojeé un diccionario de sinónimos y antónimos olvidado
sobre el cubículo del primer compañero perdido. Quedábamos pocos, y algunos de
nosotros ya portaban el gafete con el sello de la recién creada
Oficina Central de la Lengua (OCL). Así que nadie me hablaría, nadie volvería a invitar
a su casa al autor de un artículo aletrado,
a una persona nostálgica por el hallazgo de un diccionario de sinónimos y
antónimos.
Fue el editor quien ofreció llevarme.
- ¿Todo bien?
- Usted qué cree.
- Salga de la ciudad, eso creo. La verdad no sé cómo
va a sobrevivir.
- Ni yo lo sé.
- La OCL sabe de usted. Los correctores de principios
y valores lingüísticos lo han notificado.
Entré en mi departamento. Desde la sala escuché el sonido de
la calle e imaginé su llegada, la violencia. Corrí hacia la biblioteca. En una canasta para ropa arrojé los pocos libros salvados de la anterior quema barrial,
las revistas y los periódicos robados de la hemeroteca antes de ser clausurada,
la reportería sobre el
taller de cuento de Rodolfo JM, mi colección salsera de vinilos , mi computadora y un juego de plumas BIC sin utilizar.
Prendí un fósforo. El
viento que entraba por
una ventana lo apagó. Prendí otro. Esta vez yo lo apagué. Pude llorar: quemar una vida sería darles la razón
a pesar de librar mis culpas. Entonces tomé una de las plumas y
una
hoja de cuaderno sobresalientes
en el olvido obligado de la canasta y empecé a escribir esta nota. Así vuelvo a mi caligrafía
torcida, a los
errores humanos, a los
tachones críticos de mi
juventud, cuando era un iniciado en el oficio y anotaba en una libretita cada historia de
conversaciones mientras pateaba la calle. Pero los oigo llegar, los oigo tumbar la puerta. Pronuncian mi nombre, me llaman, se acercan…
La luna (“luna”) no aparece en el cielo, una nube
la oculta.
Quién podría recordarme
¿Alguien
me
imaginará
este momento?, cuando estoy
a punto de…no escribiré esa
palabra, pero no hacerlo,
para
ellos,
es
una victoria.
Mejor, Hescriviré Azí, azí
perderán y lebantarán mi nooombre como “una reveldýa hapagada a tiempho”.
Ezcondo este papel. Los
ezpero.
Att…