“A quince las quesadillas, joven”.
Decía la señora cuando un comensal en potencia se
acercaba al comal de su puesto de garnachas, allá en la Colonia Tránsito, allá
en Ciudad de México.
Con dos monedas, con casi un dólar, la señora fritaba
un corte de bistec generoso y dejaba caer una tira de queso oaxaca sobre la
tortilla de maíz a punto de dorarse.
”Ya se la preparo, joven”, alertaba al impaciente con
su voz de pajarito mientras encendía el televisor esquinero y le pedía a su
hija acomodar la antena. Por la mañana veía telenovelas, por la tarde
sintonizaba los noticiarios. Nunca se quitó el mandil y exponía en un
recipiente las gorditas preparadas como si fueran el orgullo de la casa.
“El jugo de naranja también a “quince, joven”.
Para la señora
cualquier persona era joven. Sus clientes habituales: el grupo de mecánicos que
tenía un taller al lado de su puesto de garnachas, los conductores de camiones
de fletes estacionados en la calle, los habitantes de una vecindad cercana.
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