La ciudad se llama
Mexicali. No tiene edificios prepotentes ni callejones reservados. Fue hecha
como una alucinación en el desierto, alucinación de restaurantes chinos, bares
de puerta clandestina y aire acondicionado en las casas.
Más allá de su norte,
en el orbe señalado con una bandera de estrellas y barras blancas, está su
reflejo, Caléxico. Está detrás del muro final de lo inesperado en el viaje del
migrante, una negación obligada tipo "Stop, right here, don’t cross".
Pero el cachanilla va y viene entre las dos ciudades pensando en el cinema o el
buffet más cercano de pollo cantonés; y dice ‘wacha’ cuando le canta a uno de
los suyos la letra de alguna canción sierreña, y dice línea al ver el muro,
sacar el pasaporte, cambiar calle por street e ir al trabajo luego de visitar a
algún familiar.
Un cachanilla es de
Mexicali, aunque viva en Caléxico. Un cachanilla, después de aclarar su lugar
en el mapa, explica la razón de ser cachanilla. Así renueva su orgullo
cosmológico e ilustra esa planta que despunta en una flor púrpura, no muy del
Pacífico, entre montañas de piedra y molinos eólicos. No hay nada raro en ver
un grupo de jóvenes cachanilla en la cochera de cualquier casa, pisteando,
claro, dirían ellos, y poca idiosincrasia habría en sus conversaciones si no
sueltan de vez en cuando un comentario climatológico, una acotación mínima
sobre un abrigo de esquimal en el fin de año o la poca suerte del extranjero al
no vivir en un desierto en agosto.
Para los cachanillas
deambular por su ciudad es una opción aventurera, un impulso exótico. Pocas
veces hay personas habitando una esquina o un parque, pero las hay, a pesar de
las leyendas sobre quienes viven en camionetas y tienen una colección de
ventiladores. En el centro, a un costado de la catedral que vista a lo lejos
parece una iglesia western, está la Cafetería Azteca. Allí debe terminar una
tarde, en el ritual glotonero de café con leche y bísquet con mantequilla. No
hay presiones de tiempo, no hay normas gastronómicas, ni siquiera en el
significado de un hanzi adornando las paredes, aunque, ¿cómo saberlo? Y si
resulta una invitación a cenar el plato típico de Mexicali, sería un noble
gesto conseguir un par de palillos chinos y llevar salsa de soya y chile de
árbol. El cachanilla sabrá agradecerlo.
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