En el bar ‘La Urbana’,
al llegar a una esquina pereirana llamada ‘Sexta con 22’, y sentir bajo los
pies el crujir cinematográfico de los escalones gastados, entrada a casona que
se antoja inglesa (aunque no lo sea ni parezca), me despego del aliento innato
del nevado recorriendo aquella calle estrecha y recta, contenida en Transporte
Masivo, focos de luz sueltos y fiesta.
En su interior, doblo hacia la derecha y paso la biblioteca de
nuestras presunciones mínimas y decoración al azar. Llego a la sala con mesas
de cantina y un sofá perpetuo.
El suelo de madera suena con el tono de las escaleras. Bajo su añejamiento vive
un hombre solitario, dueño de un tanque de gas que deja un hilo de olor en el
bar al filtrarse por las hendiduras del piso. Los rayos de sol cruzan las ventanas, caen sobre las paredes del interior y parecen abrir portales. Hay
unas cuantas fotografías de gente gustosa
de jugar con las palabras. Hay carteles para significar ‘La Urbana’, hay un
Chaplin de maqueta gracias a Molina y hecho por Carlos.
Se me antoja una tarde
en el bar; en el inicio del devenir entre cervezas, café y charlas de
comensales. Fifo
inventa con las botellas de licores y presume piruetas en la coctelera detrás
de la barra. El
Paisa asoma una bienvenida en hipo cuando ejerzo la alegría rutinaria: saludo, paso
la puertita de la barra y llego
al corredor que desemboca en la cocina, con sus paredes de acrílico blanco y
frío enterrado. Encuentro a Molina y Miguel habituados a mirar sin decir nada
en la llamada “Oficina”, de
mesa maderera
improvisada y proyectos de mercadeo e investigación de la revista apilados en
una esquina, cerca de las cajas de Costeña y el contenedor de hielo. Hay una hamaca donde Mariel duerme. Detrás suyo, en la última pared, antes del patio con su botadero de
proyectores de cinema, está la fotografía, el génesis de un viaje como imagen mía en el bar ‘La Urbana’, nuestra
memoria de lenguaje, está
allí, es una mirada lejana de tonos grises del Zócalo de Ciudad de México
obsequiada
por Luisa, quien la trajo
en forma de afiche sin hablar de anhelos. Es un agujero
por donde viajo para caer sobre sus plataformas labradas en huelgas y
festivales, y hallo
un color de antaño, y me asombro al cruzar con Pamen la calle 'Tres de Febrero' cuando
veo abrirse el ombligo de la luna con su bandera maltratada. Imagino que allá en Pereira aún cruzamos los recuerdos.
Que lindo escribes me gusta mucho tu blog
ResponderEliminarMuchas gracias Chelsea and Robert.
EliminarHola, genial pasar por tu blog, es bien interesante, un gusto estar aquí, te invito cordialmente a visitar el Blog de Boris Estebitan y leer un poema cómico mío titulado “El baile de Snoopy”
ResponderEliminarAyer anduve caminando por ahí, un bello lugar.
ResponderEliminarSaludos
Si que sí, es muy bonito. Espero que de ahí salgan muchas ideas, mucha imaginación, pues se lo merece (si es que puedo decirlo de esa manera).
EliminarSaludos.
tus historias nos llenan la mente de encantos escritos
ResponderEliminarGracias por esas palabras. Abrazos.
EliminarPlasma la diversidad y complejidad de diversos microcosmos.
ResponderEliminarClaro Carlos, de cómo ven en diferentes puntos, y de diferentes formas (una virtual y otra física) un mismo lugar. Saludos.
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