En la Calle del
embudo del barrio La candelaria de Bogotá, una bandada de aves cruza el cielo.
Es el vuelo de tucanes, papagayos y flamencos dibujado en la pared de una casa,
una migración cuyo destino puede ser la plazuela del Chorro de Quevedo.
¿Por qué el Chorro de
Quevedo? En las escalinatas de la explanada se toma chicha bajo el árbol que
supera la altura de las casas y es un
gran tejado verde. En la tienda casi esquinera una señora solo recibe vecinos o
vecinas, así vivan a 5 metros o 3000 kilómetros. “Veci, una Póker”, “Veci, dos
mil de salchichón”, “Veci, ¿usted no es de por acá?”
Como es Chorro, los
veci comen el salchichón y beben la Póker recostados en la pila de agua de la
plazuela. Algún cronista insistirá en el siglo XVI y la fundación de Bogotá. La
arquitectura de los cafés y restaurantes alrededor sería la evidencia para detener
el pasado. Pero la capilla fotografiada por los turistas tras haber encontrado
un mito fundacional en América del sur, fue construida en 1969.
No faltan los
teatreros y cuenteros, nadie niega el porro que pasa de mano en mano, alguien
compra cigarros en uno de tantos carritos de dulces. Sobre el marco de
ventanales y umbrales que son la entrada al Chorro de Quevedo, la figura del
malabarista intenta terminar su recorrido en un monociclo. En los costados
quedan las calles, la opción de volver a la ciudad de agentes de tránsito y
policías bachilleres. En una, llamada Calle del embudo, las aves surcan la
pared. Si las observa en su camino de no saber a dónde ir, sabrá que está cerca.