Sostuve la navaja.
Crucé la avenida para cargármelo desde atrás. Ya saldría del banco y rápido se
dirigiría a la empresa. Es un tacaño y desconfiado que ni para ir por el dinero
de la paga puede encargar a otra persona. A mí, quizá, tanto le he trabajado.
Pero aún soy el “joven ayudante” a pesar de los años. Lo único en mi mente fue su imagen en la entrada. Lo
anterior, cómo lo perseguí y empuñaba la navaja hasta sacar sangre de mi mano, debía resolverse en ese momento, en ese
punto donde sentí, pude sentir, el filo entrando por un costado. Lo pensé
muerto. Tuve que imaginar
el filo abriendo
una y otra vez su carne. Lo quería
ver agonizar, pero
soy mi cuerpo paralizado cuando
él
cayó, asfixiado,
babeaba
espuma y vomitaba
un líquido café. Pedía mi ayuda.
Intentó
recordar mi nombre.
No es el mejor esposo,
por eso no habrá quién me culpe. Ayer llegó a casa y soltó su burla sobre la
cena, “mi inútil ejemplo como mujer”. Lo dijo, lo ha repetido, lo ha dicho
siempre y creo que le
gustaban
los
hombres. No se acercaba, no dormía
conmigo, no soltaba el mínimo de ternura o lástima. Así era él, sin amante,
sin su esposa. Yo lo quise, traté de comprender y aguanté. Me reprochó la falta de un hijo, me hirieron sus palabras. Por las
mañanas, antes de que partiera
al trabajo, le preparaba
su café amargo y me
largaba.
Así no le importara que lo hiciera, ya era una costumbre, aunque sin peso entre los dos. Y ese día lo hice,
me
bañé,
puse
la radio y calenté
el café. Se lo dejé
en la mesa. Aunque esta vez
quería observar cómo lo bebía. Quise despedirme de él, simple cordialidad.
Me
miró
con furia
por quedarme mientras bebía,
pero no pude destapar
el frasco del veneno.
Me llamaron de su oficina. Un empleado veterano lo encontró
malherido,
con golpes
de gravedad, tirado en la entrada de la
empresa. Llegó
luego de un choque con un auto que lo lanzó con fuerza contra el vidrio de una
tienda departamental. Se cortó
la garganta.
Lo vi cruzar la calle y
dirigirse hacia banco. Lo
reconozco, esa manera de matar no era para alguien de mi categoría,
pero a fuerza de tanto rebajarme entre
los socios, fue la muerte más humillante
que le imagino. Quería algo dulce, igual a una última noche de hotel junto a una bella mujer, aunque esos derechos de gran
ejecutivo no le interesan. Como recuerdo el día, me quitó mi lugar, mi parte en la
empresa, un golpe certero,
“falta de visión y exceso de
bacanales”, me dijo por
escrito. Lo preparó todo y sin
alguna comprensión o dinero de por medio eliminó mi estatus. La junta,
de acuerdo todos,
más dinero para ellos y yo un memorándum donde decían adiós sin escrúpulos. Nadie
me daría trabajo, estoy perdido. Por eso lo esperé, no me importó nada, lo esperé y apreté el acelerador, le eché mi auto encima para reventarlo contra este mundo, dejarlo seco y en el
olvido, como yo.
Al salir se le adelantó
a
unas cuantas personas con ese afán misógino. Debí acelerar, debí acelerar, debí dejar de insistir con el freno, lo
quería
ver sin vida, pero sólo le
presté atención al señor que se le acercó cuando
salió
del banco.
Algo le dijo, algo le clavó
en el cuerpo porque se desmoronó de inmediato.
Como odio pensar al
esperar en los bancos. Esta manía de un cliente en revisar su día mientras aguarda la transacción. En la
mañana mi esposa sirvió el café y estuvo a mi lado mientras lo bebía. Luego
llego
a la empresa y saber que uno de los socios no se presentó tras la junta
anterior. Papeles, borradores, nómina, no tener a una persona de confianza y
estar atento a ese joven que no para de vigilarme, lo voy a despedir. Eso ha
pasado, eso me importa, los actos directos, no sus derivaciones o mensajes
escondidos. Acá se demoran. Esperaré
por mi estúpido interés de cobrar la nómina y ser yo quien la pague. Soy duro, quizá
cruel, aunque justo.
Y me gusta. Siento
seducción por ser áspero y ostentar mis decisiones, que silla tan incómoda. Me reprochan, pero nadie tiene un
significado valioso para sentirme mal. Somos, es simple, útiles o no. Nos manipulamos para mejorar. Mi
esposa, quizá ella podría tener consideración. Está junto a mí, me sirve el café. Quizá ella, en casa,
aburrida, resignada, sin hijos, ni un intento tan siquiera. Ya viene la mujer
que me atiende con cara de apenada, me entrega el dinero; no me gusta esperar
tanto. No me gusta hacer retrospectiva, me hace débil, pensar en otros junto
con mis penas. Lo seguro es que ellos lo harán, me suponen, me imaginan. Afuera
de este lugar están
sus ideas y pensamientos, agotan mi nombre, nuestras relaciones. Creen que les
hago la vida imposible. No sé cuánto miedo tendrán.
es siempre un placer leerte muchacho
ResponderEliminarMucha muchas gracias. Por acá te espero.
EliminarExcelente desdoblamiento de una muerte esperada.
ResponderEliminarCaptura con sus diversas miradas. BRAVO MAESTRO.
Carlos, a veces el jefe no está en nuestro altar. Y todos imaginan alguna maldad.
EliminarSaludos.