Mi Sargento se lo tomó
a mal. Cuando hicimos honores a los símbolos patrios olvidé el himno y no
limpié la bandera. Se dejó venir una vaciada y me envió solo a conseguir reservas para el grupo en las fincas como castigo. Él no duda si se
trata de su tierrita colombiana; por eso me encargó la zona donde nos
enfrentamos la
última vez. Fue difícil, y claro,
lo merecía, “apátrida de mierda”, sentenció Mi Sargento. No dormí en la noche:
recogí evidencias,
le cociné
a
los lanzas, lustré
botas,
levanté
campamentos. Aunque eso
no era
lo jodido, hasta fácil la veía. Lo jarto fue cavar los putos hoyos donde enterraremos a los campesinos que topamos
en la emboscada.