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jueves, 1 de febrero de 2018

Leyes físicas


El niño lanza una piedra hacia el cielo. Quiere observar el recorrido que realiza al elevarse, desaparecer de la vista y luego volver como un meteorito de fin del mundo. En el colegio, un profesor con plan de trabajo anticipado le hablará de las leyes físicas. Por lo tanto, lanzar una piedra significa lanzar una piedra. Con la instrucción el niño aprende que las piedras solo son útiles para hacer casas y caminos, pues en el cielo las normas son estrictas.

lunes, 22 de enero de 2018

Dónde están los Aletrados


Escuchamos la emisión de la CILE.  Es casi medianoche y recordamos ciertas situaciones. Acá transcribimos lo que dice la voz inolvidable, la voz integradora y desinfectada del Informante:
“Faltando menos de media hora, anuncio la planilla de interés. Sabemos que este proyecto es imperante para establecer la salud mental de los ciudadanos. Damos a conocer 80 unidades problemáticas por día. Pronto serán limpiadas e integradas.
Si usted, Aletrado, escucha este mensaje, congratúlese, entrará a nuestro programa social. Somos pacientes con la contradicción. La CILE está presente y es rigurosa. Una minoría no podrá acusarnos de desaparición. La política de transparencia del Gobierno Central hace uso de los medios para informar sobre los faltantes por dar de alta.
Damos entonces la lista de aquellas 80 unidades problemáticas. No se preocupen en salir de las casas, ni en recibirnos en la puerta. Ya lo saben radioescuchas, al señalarlos, solo es cuestión de segundos. Ya estamos en el lugar.
Iniciaré con las categorías ilegales. Primero los pregoneros literarios y los musicalistas. Luego, los traficantes de vocablos. Terminaré con los casi extintos defensores de la tradición oral.”
Hasta ahí las palabras del Informante. No daremos información de los acusados. Algunos de nosotros no pueden sobrellevarlo aún. Recuerdan esa noche cuando un padre, una madre, un abuelo o hermana los observaba al escuchar su nombre y ver una unidad de la FUR entrando en la casa. Ninguno podría escapar después del anuncio de la lista. Optamos por la clandestinidad. La memoria de estos tiempos es nuestro objetivo. Lo que ahora está pasando en alguna parte de la ciudad debe escribirse.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Qué es el silencio en un día de septiembre



Cierra la mano en lo alto cuando alguien más lo hace. El puño es la hoguera vista a lo lejos que otro imita para hacer llegar la señal. Es la negación al cuerpo encorvado y los pasos hacia atrás. Allí están los escombros. Una cinta amarilla los retiene como si fueran animales salvajes. Pueden despertar, pueden caer de nuevo si la tierra estornuda y decide no preocuparse por nada. Y bajo sus cuerpos de hierro y concreto una palabra de auxilio busca salir entre las aberturas. Cierre la mano y combata el silencio. Hace silencio para rasgarlo y percibir un respiro, un tic tac toc seco contra una pared partida, un zapateo extinto, un soplo evaporado. Afuera, detrás de la cinta, escuche, olvide que es usted, que no sabía cómo ayudar y se paró al lado de otro desconocido y pasó agua y pan y leche. Olvide qué era antes, ya no piense en lo oscuro de la noche. Allí, su puño en lo alto porque debe hacerlo notar, nadie dijo “álzalo”, nadie dijo “debes venir y ponerte un cubrebocas y llenarte de polvo y sudor”. Lo sabe, llega anónimo y se va anónimo, sin conocer nombres. Espera aplaudir y estrechar manos cuando entre el silencio hallen la existencia de un ruido y el puño se abra, aunque todavía no es tiempo de volver a casa.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Pista para una leyenda urbana


Colecciono aviones de papel. Cuando las clases terminan y los estudiantes cruzan las rejas de los colegios, aparezco. Ojalá no me imaginen como una sombra pegada a la pared, como quien viste gabán y sombrero y recorre calles sin saludar o preguntar una dirección. No soy una leyenda urbana. De serlo, me convertiría en el disfrute de sanatorios o de futuros reporteros con tarea para el fin de semana. La crónica de color, eso sería, el periodismo de ciudad publicado en los tabloides dominicales.
Solo quiero compartir mi impulso coleccionable. Quiero promover un colectivo alrededor de los aviones de papel, y no es necesario el hipo conversacional de internet. Un aeroplano se construye en el anonimato. Su diseño no tiene nombre o responsable que levante el dedo índice. Dejemos a un lado los elogios virales y las autobiografías. Si motivo en otros el interés por la ingeniería de la hoja de cuaderno o del octavo de cartulina, el rumor será el vuelo de un ejemplar (bond, tres dobleces, estrellas de lapicero en la cola, punta recta) lanzado desde cualquier ángulo de la ciudad.
“En sus manos tiene el primero de su colección”, leerá en una de las alas del avión al recogerlo luego de verlo aterrizar a sus pies. De nada servirá contemplar o cruzar el puente en busca de la figura de quien lo lanzó, mucho menos entrar en un edificio de apartamentos y tocar la puerta tercera del piso quinto. Aunque esa mirada detrás de una anomalía lo convierte en un posible miembro del colectivo. No interesarle sería hacer una bolita de papel y echarla a la basura. Entonces lee, supone, pregunta. Nadie le dirá cómo halló “el primero de su colección”, nadie le dará un cuadernillo de indicaciones o le susurrará una palabra secreta al oído. Está adentro, así lo sabrá, y en medio de una calle observa y descubre a hombres y mujeres refugiados en la sombra de un puente, a detallistas de las alturas que tropiezan por no bajar la cabeza y fijarse en sus pasos, a porteros y aseadores de colegios en su charla con los vendedores de mecato de los paraderos de bus, a profesores universitarios y bachilleres con una pila de papeles desdoblados bajo el brazo.
Observa y trata de recordar cada avión de papel que sobrevoló el salón de clases cuando las arrugas de la camisa solo eran una vergüenza materna. Observa y se pregunta dónde los guardan y cuántos vuelos a hecho “el primero de su colección” antes de volver a sus manos.

viernes, 30 de junio de 2017

Predicción con punto final


Un hoyo crece a mis espaldas. Es una mancha con hambre que se traga la cama, la biblioteca y el bombillo en lo alto. No me siento culpable por la falta de valor para hacerle frente. Tampoco saldré de la habitación en un intento de supervivencia. Ahí está, lo sé, y se come el tejado, el cesto de la basura, el tazón de chocolate, los zapatos y las fotografías pegadas en la pared. Imagino su cercanía mientras escribo y pruebo la eficacia de una afirmación: nadie tocará tres veces la puerta, nadie gritará mi nombre ni preguntará si estoy bien antes de llegar al punto final de la historia.

martes, 23 de mayo de 2017

Vän

Algo pasó con Vän. No lo veo desde esta tardecuando la señora entró en la habitación y le dijo que ya estaba muy grande para hablar solo.

domingo, 30 de abril de 2017

El oficio de los voladores

Nos definimos alrededor de un astro provisional, creado en los patios de las casas, la cometa. Olvide los avances en la fusión de metales y la ingeniería aeroespacial si piensa en su diseño, olvide el asta y la bandera nacional cuando la observa planear. La colonización del cielo, el control de las fronteras o la vigilancia urbana, son inquietudes de códigos de acceso y mapas satelitales ajenas a aquella extensión flotante de la imaginería. Como voladores, el oficio es otro, nada sencillo, claro: colgar una señal en el pergamino azul para los solitarios en los días de viento.

Dos palitos en forma de cruz son el esqueleto de nuestro arte, un rombo de papel de colores es su cuerpo. Algunos compañeros la llaman papalote, piensan en una mariposa que con su vuelo se aleja de las playas y los desiertos. Otros la nombran papagayo, y la estética cromática de su forma provoca un ambiente de plumas y trópico. Hay quienes le dicen culebrina, pues su cola hecha de tiras sostiene un ritmo de ondas similar a los de una serpiente en un intento de salto. Pero en ninguna geografía la cometa se separa de la madeja de piola. En una colina, o en una terraza, los voladores soltamos el hilo y esperamos el encuentro con el viento. No corremos para apresurar el éxito, la caza de ráfagas puede volverla clavadora. Los iniciados cometen el error, y al cabo de varios intentos por elevarla encuentran a sus pies un objeto kamikaze de palitos, papel y cola.

Intentamos mejorar en el oficio. Muchos de nosotros ya vuelan barriletes de tela, donde escriben mensajes de bienvenida o dibujan calaveras o las alas de un cóndor. Ellos quieren la lejanía en el cielo hasta perder de vista el punto colorido. Son generosos con la longitud de la piola y sortean otras cometas en la ruta. Saben que entre más alta esté la señal, el mensaje de nuestro gremio será visto por los empleados de los call-centers y se reflejará en las pantallas de los teléfonos celular.