Yo estaba en la Plaza
cuando el General habló. En mi casa lo escucharon por la radio, pero yo estaba
cerca de la Plaza y tres soldados me invitaron al evento. Claro, cómo me iba
a negar.
La gente no parecía
asustada, y sostenía banderas de color… mejor no lo digo, después la agarran contra mi
quienes mandan ahora. Si el General hacía pausas en el discurso, las personas
ondeaban las banderas y
nada decían, sólo
se escuchaba un silbido de papelitos en el viento. También unos partidarios me
dieron una,
y ya ahí, qué más sino colaborar.
“A partir de la fecha
la ciudad está bajo el orden de la junta militar. Les recomiendo acatar las directivas dispuestas por la autoridad legitimada. Aconsejamos tener cuidado con las actividades en grupo o individuales opositoras a la Junta, sean
comprensibles, no queremos la intervención de alguno de estos gentiles
servidores suyos”.
Recuerdo… eran más o
menos las líneas del General. Lo dijo en otras presentaciones en la ciudad sin
cambiar una sola palabra, parecía querer acabarlo de tanto decirlo. Luego la ciudad fue tomada por Los Otros, el día
de la Revolución. También estaba yo cerca de la Plaza Central y unos soldados,
digo, camaradas, me
invitaron a la arenga; también había gente con banderas
ondeantes, aunque el
silbido de papelitos en el viento desapareció entre los aplausos y vivas.
En la tarima,
el Comandante
hablaba y no el
general, quien frente a un pelotón esperaba la orden para ser acribillarlo. Lo extraño no era
eso, lo extraño era el rostro del hombre, como si dejara de esperar; y según me dijo uno de
los camaradas, él
tomó esa actitud
apenas se enteró de su orden de captura y el veredicto en la Plaza
Central.
Qué tal Eskimal. Solo comentarte que me gustó mucho este cuento sobre 'la muerte del General'; con una temática que me interesa mucho (muy de la onda de la literatura latinoamericana). Por cierto, ¿qué libros sobre cuentos me recomendarías? Te mando un abrazo; nos leemos.
ResponderEliminar@ManuVPC