Al escucharlo sabíamos la verdad.
Venía de sofisticar su discurso por los pueblos cercanos. Traía un séquito agitador de pancartas con su
nombre y promulgador de
vivas. Así entró en la ciudad,
y de inmediato fue hacia
la Plaza Central, donde sus seguidores buscaron sitio para el ensamblaje de la tarima
de cara a la campaña.
De tanta algarabía y
ondeada de banderas, varias personas
que
pasaban cerca de
la Plaza se acercaron. Entonces el hombre, cuando veía un buen número de
oyentes, subía triunfante a la tarima y saludaba a la gente mientras acomodaba
su traje. Luego pedía silencio a sus seguidores y con la mano izquierda alzada
iniciaba la arenga.
Cómo y por qué la gente
le creía, nadie lo sabe. Apenas salían las primeras palabras de su boca, el
público quedaba seducido y cada intervención era finalizada con un estruendo de
vivas y aplausos. Muchos lloraron
de la emoción. Hubo quienes lo veían igual a un santo: arrodillados le rogaban no callar su voz, como si fuera el mismísimo
Juan Bautista.
Enérgico, figura de
criollo, cabello engominado, sonrisa continua. Ningún intelectual conocía un tema
desconocido por él. Hablaba de todo y discutía sin temor sobre asuntos
enredados. La gente soñaba con sus sueños cuando discutía en los barrios, en las
casas, desde el palco del Gobierno Municipal, hasta el punto de convertir sus
ideas en obras físicas y morales de la ciudad.
Se ganó nuestro clamor.
Sus enemigos políticos desecharon cualquier ideal propio y coincidieron con su
causa. La Iglesia lo respaldó, incluso
propuso beatificarlo.
No tenía enemigos; y fui yo, el fanático más reconocido en cada una de
sus manifestaciones públicas, el
ejecutor.
Así lo decidimos.
En nuestro día patrio esperé
sus palabras para sentir la felicidad, alcanzarlo entre la multitud con la
necesidad de tocar a un ídolo, ver su rostro cerca al mío y dispararle entre
los ojos mientras le agradecía vivir y conmemorar su nombre.
Nadie me recuerda, pero
sé que a él lo honrarán con una escultura de bronce en la Plaza Principal,
donde las futuras
generaciones escucharán su historia.
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